Texto base: Juan 10:27 (RVR1960)
“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen.”
I. La importancia de escuchar la voz de Dios
a. Dios sigue hablando hoy
Desde el principio, Dios ha hablado a la humanidad. En el Antiguo Testamento, habló a través de los profetas, visiones y sueños. En el Nuevo Testamento, su voz se manifestó en la persona de Jesucristo y luego a través del Espíritu Santo. Hebreos 1:1-2 dice: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo.” Esto nos muestra que Dios sigue comunicándose con nosotros. No es un Dios distante o silencioso, sino un Padre que anhela tener una relación con sus hijos y guiarlos en todo momento.
b. La voz de Dios trae dirección y propósito
Escuchar a Dios es vital porque nos ayuda a caminar en su voluntad. Cuando aprendemos a discernir su voz, evitamos decisiones erradas y nos alineamos con su propósito para nuestras vidas. Jeremías 33:3 nos exhorta: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.” Dios quiere revelarnos cosas profundas, darnos dirección y claridad en momentos de incertidumbre. Si no escuchamos su voz, corremos el riesgo de depender de nuestra propia sabiduría, lo que puede llevarnos por caminos equivocados.
c. Ignorar la voz de Dios trae consecuencias
En la Biblia encontramos ejemplos de personas que ignoraron la voz de Dios y sufrieron las consecuencias. Uno de los casos más notables es el de Saúl. En 1 Samuel 15, Dios le dio instrucciones claras a través del profeta Samuel, pero Saúl desobedeció. Como resultado, perdió su reino. Esto nos enseña que cuando no prestamos atención a la voz de Dios, podemos desviarnos de su propósito y enfrentar dificultades innecesarias. Proverbios 14:12 nos advierte: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte.”
II. Cómo Dios nos habla
a. A través de su Palabra
La Biblia es la principal forma en que Dios nos habla hoy. 2 Timoteo 3:16-17 dice: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” Cuando leemos la Escritura con un corazón abierto, Dios nos guía, nos corrige y nos enseña su voluntad. La Palabra de Dios es viva y eficaz (Hebreos 4:12), y cuando la meditamos, el Espíritu Santo nos da revelación y nos muestra cómo aplicarla a nuestra vida diaria.
b. A través del Espíritu Santo
Jesús prometió que el Espíritu Santo sería nuestro guía. En Juan 16:13 dice: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.” El Espíritu Santo nos habla a través de impresiones en nuestro espíritu, convicción, paz interior o inquietud. A veces, sentimos una fuerte dirección para hacer o evitar algo. Esto es Dios guiándonos. Sin embargo, es crucial confirmar lo que sentimos con la Escritura, ya que Dios nunca se contradice.
c. A través de circunstancias y otras personas
Dios también usa circunstancias para hablarnos. A veces, cierra puertas para protegernos o nos coloca en situaciones que nos llevan a depender más de Él. Romanos 8:28 nos recuerda: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” También usa a otras personas: consejeros piadosos, pastores y hermanos en la fe que pueden darnos una palabra de sabiduría. Proverbios 11:14 dice: “Donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo; mas en la multitud de consejeros hay seguridad.”
III. Obstáculos para escuchar la voz de Dios
a. El ruido del mundo
Vivimos en un mundo lleno de distracciones. Las redes sociales, la televisión, las preocupaciones diarias y el trabajo pueden ahogar la voz de Dios en nuestra vida. Jesús enseñó sobre esto en la parábola del sembrador. En Mateo 13:22 dijo: “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa.” Si no apartamos tiempo para Dios, su voz será opacada por el ruido del mundo. Es necesario crear momentos de quietud y buscarlo intencionalmente en oración y meditación en su Palabra.
b. El pecado y la desobediencia
El pecado endurece nuestro corazón y nos impide escuchar a Dios con claridad. Isaías 59:2 dice: “Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír.” Cuando vivimos en desobediencia, nos volvemos insensibles a su voz. Un ejemplo claro es el rey Saúl, quien perdió la comunión con Dios por su rebeldía y terminó buscando dirección en una adivina en lugar de acudir al Señor (1 Samuel 28:6-7). Si queremos escuchar a Dios, debemos vivir en obediencia y arrepentimiento constante.
c. Falta de fe y paciencia
A veces, Dios nos habla, pero no lo escuchamos porque esperamos una respuesta inmediata o una señal espectacular. Hebreos 11:6 nos dice: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” Si dudamos o no confiamos en su tiempo perfecto, podemos pasar por alto su voz. Dios nos habla en su tiempo y de la manera que Él considera mejor. Es importante esperar con fe y paciencia, confiando en que Él responderá en el momento oportuno.
IV. Cómo desarrollar una vida sensible a la voz de Dios
a. Cultivar una relación íntima con Dios
Escuchar la voz de Dios no es algo que sucede de manera automática, sino que es el resultado de una relación profunda con Él. En Juan 15:5, Jesús dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.” La clave para discernir su voz es permanecer en comunión con Él. Esto significa pasar tiempo diario en oración, lectura de la Biblia y adoración. Cuando nos acercamos a Dios con un corazón sincero, Él se revela a nosotros y nos habla de manera clara.
b. Desarrollar una vida de oración y meditación en la Palabra
La oración no es solo hablar con Dios, sino también aprender a escucharle. Muchas veces oramos sin dar espacio para que Él nos responda. En Habacuc 2:1, el profeta dijo: “Sobre mi guarda estaré, y sobre la fortaleza afirmaré el pie, y velaré para ver lo que se me dirá.” Esto nos enseña que debemos buscar momentos de silencio en nuestra oración para permitir que Dios hable a nuestro espíritu. Asimismo, meditar en la Escritura nos ayuda a reconocer su voz, ya que Dios nunca dirá nada que contradiga su Palabra.
c. Ser obedientes a su voz
Dios no nos habla solo para informarnos, sino para transformarnos. Santiago 1:22 nos exhorta: “Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.” Si queremos escuchar más de Dios, debemos estar dispuestos a obedecer lo que ya nos ha dicho. Muchas veces, no escuchamos su voz porque no hemos respondido a lo último que nos indicó. La obediencia nos hace más sensibles a su dirección y nos permite crecer en nuestra relación con Él.
Conclusión
Escuchar la voz de Dios es esencial para nuestra vida espiritual. No se trata de un privilegio exclusivo de unos pocos, sino de una bendición accesible a todo aquel que busca una relación genuina con el Señor. Dios siempre está hablando, pero muchas veces el ruido del mundo, el pecado o la impaciencia nos impiden discernir su voz con claridad. Él nos habla a través de su Palabra, del Espíritu Santo, de las circunstancias y de personas piadosas que nos rodean. Sin embargo, para reconocer su voz, debemos aprender a cultivar una vida de comunión con Él, desarrollando una relación íntima basada en la oración, la meditación en la Escritura y la obediencia.
Cuando nos acercamos a Dios con un corazón sincero y dispuesto a escuchar, Él se revela de maneras sorprendentes. Su voz trae dirección, paz y propósito. Nos guía en medio de la incertidumbre y nos fortalece en tiempos de dificultad. Es un Padre amoroso que anhela comunicarse con sus hijos, y cada uno de nosotros tiene la oportunidad de escucharle si realmente lo buscamos.
No basta con oír su voz, es necesario responder con fe y acción. Muchas veces, Dios nos habla con instrucciones claras, pero si no estamos dispuestos a obedecer, nuestra sensibilidad a su dirección se debilita. Es por eso que Jesús dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen.” (Juan 10:27). No se trata solo de oír, sino de seguir.
Que nuestra oración sea siempre: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”, como respondió Samuel cuando Dios lo llamó. Si buscamos a Dios con sinceridad, Él nos hablará, nos guiará y nos permitirá caminar en la plenitud de su voluntad.