Introducción
Vivimos en un mundo donde muchas heridas no se ven a simple vista. Las heridas del alma son esas marcas profundas que nadie puede tocar con los dedos, pero que duelen tanto como una herida física. Son el resultado de traiciones, rechazos, pérdidas, abusos, injusticias, o palabras que, como dardos encendidos, se clavaron en el corazón. El problema con estas heridas es que, a diferencia de las físicas, muchas veces las ignoramos o las escondemos, creyendo que el tiempo, por sí solo, las curará. Pero no siempre es así.
La Biblia no es indiferente a este tema. Dios conoce nuestras heridas más íntimas, y a través de su Palabra, no solo las expone, sino que también ofrece una medicina poderosa: Su amor, Su verdad, y Su presencia sanadora.
Este mensaje tiene como objetivo llevarnos a un viaje de sanidad interior a través de la Palabra de Dios. Examinaremos qué son las heridas del alma, cómo se originan, cómo afectan nuestra vida espiritual y emocional, y sobre todo, cómo podemos sanarlas a través de Cristo.
Texto base: Salmo 147:3
“Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas.”
Este versículo encierra una promesa profunda. No dice que ignora las heridas, ni que las niega, sino que las sana. Y no cualquier sanador lo hace, sino el Dios todopoderoso, quien ve lo que nadie más ve.
En este bosquejo desarrollaremos los siguientes puntos:
¿Qué son las heridas del alma?
Causas comunes de las heridas internas
Consecuencias espirituales y emocionales
El proceso de sanidad en Cristo
Caminando en libertad y plenitud
Cada sección irá acompañada de una reflexión profunda y una aplicación práctica para ayudarte —y para ayudar a otros— a salir del lugar de dolor hacia la restauración total.
¿Listo para comenzar este viaje hacia la sanidad del alma?
1. ¿Qué son las heridas del alma?
Las heridas del alma no son visibles, pero dejan huellas profundas. No sangran, pero hacen sangrar por dentro. No requieren vendajes, pero sí necesitan sanidad. Son aquellas marcas emocionales y espirituales que quedan en lo más profundo del ser humano como resultado de experiencias dolorosas. La Biblia las llama “quebrantamiento de corazón”, “espíritu angustiado”, “alma atribulada”, y otras expresiones que nos muestran que Dios conoce esta realidad interna.
La naturaleza de las heridas del alma
Las heridas del alma son resultado de un impacto negativo que afecta nuestra identidad, autoestima, emociones y, en muchas ocasiones, nuestra relación con Dios. Algunos ejemplos de estas heridas son:
El rechazo (Salmo 27:10: “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá”).
El abandono (Isaías 49:15: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz…?”).
La traición (Juan 13:18: Jesús también fue traicionado).
La culpa o la vergüenza por errores pasados (Salmo 38:4: “Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza…”).
El abuso físico, emocional o sexual.
La pérdida de un ser querido.
Estas experiencias generan pensamientos erróneos, creencias distorsionadas sobre uno mismo y sobre Dios, y patrones de comportamiento autodestructivos. La persona herida empieza a actuar, hablar, y decidir desde el dolor, en vez de desde la verdad y la libertad.
Ejemplos bíblicos de almas heridas
Ana, madre de Samuel, tenía el alma amargada por su infertilidad y la burla de Penina. (1 Samuel 1:10: “Ella, con amargura de alma, oró a Jehová y lloró abundantemente.”)
David, en muchos salmos, expresa su dolor del alma: “¿Por qué te abates, oh alma mía?” (Salmo 42:5).
Jeremías, llamado el profeta llorón, expresó su profunda angustia por la condición de su nación y por el rechazo que sufrió.
Incluso Jesús experimentó una herida profunda en Getsemaní cuando dijo: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte” (Mateo 26:38).
Reflexión personal
Tal vez tú también llevas años cargando una herida invisible. Has aprendido a funcionar con ella, a vivir como si no existiera, pero lo cierto es que está afectando tu manera de ver el mundo, de relacionarte con los demás y hasta de acercarte a Dios. Pero la buena noticia es esta: Dios no quiere que vivas con esa carga. Él quiere sanarte.
Aplicación práctica
Haz un ejercicio sencillo: toma unos minutos en silencio y pregúntate: ¿Qué herida del alma arrastro desde mi infancia, adolescencia o juventud? Escríbela. No para revivir el dolor, sino para identificarlo. Dios no sana lo que se oculta, sino lo que se entrega.
El primer paso hacia la sanidad es el reconocimiento. Como dice Proverbios 4:23:
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.”
Tu alma necesita cuidado. Y Dios está más interesado en sanarte de lo que tú estás en pedirle sanidad.
2. Causas comunes de las heridas internas
Las heridas del alma no aparecen por casualidad. Son el resultado de momentos, experiencias o procesos que han afectado profundamente nuestra identidad y emociones. Entender el origen de estas heridas es clave para permitirle a Dios trabajar en áreas específicas y no simplemente tratar los síntomas. Aquí exploraremos las causas más comunes que la Biblia y la experiencia humana nos revelan.
1. Rechazo
Una de las heridas más profundas es el rechazo. Sentirse no amado, no valorado o no aceptado puede dejar una marca invisible pero muy destructiva.
El rechazo parental —cuando un niño no recibe afecto o aprobación— puede afectar toda su vida.
El rechazo de amistades o del entorno social crea inseguridad e inseguridad relacional.
Incluso el rechazo ministerial (como le sucedió a Jesús en su propia tierra, Mateo 13:57) puede dañar a los que sirven a Dios.
El alma herida por el rechazo tiende a buscar desesperadamente aprobación o, por el contrario, se encierra en sí misma para evitar ser herida otra vez.
2. Traición y abandono
La traición de un ser amado, un amigo o incluso un líder espiritual puede ser devastadora.
David escribió en el Salmo 55:12-14:
“Porque no me afrentó un enemigo… sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía y mi familiar, que juntos comunicábamos dulcemente los secretos.”
Jesús fue traicionado por Judas, uno de los suyos, con un beso (Lucas 22:48).
La traición hiere porque proviene de alguien en quien confiábamos. El abandono, en cambio, deja un vacío profundo. Puede venir por separación, muerte, indiferencia, divorcio o incluso por padres ausentes emocionalmente.
3. Palabras hirientes
Proverbios 18:21 nos recuerda que:
“La muerte y la vida están en poder de la lengua…”
Palabras como “no sirves”, “eres un fracaso”, “ojalá no hubieras nacido”, pueden marcar una vida entera. El alma herida por palabras negativas vive con una identidad distorsionada. Cree que lo que escuchó en un momento de debilidad define quién es. Pero no es así. La verdad de Dios es la única que tiene el poder de definirnos.
4. Abuso físico, emocional o sexual
El abuso es una de las causas más serias de heridas del alma. Deja traumas profundos, sentimientos de culpa, vergüenza, miedo, y un sentido de que “algo está mal en mí”. Muchos cargan con este dolor en silencio por años.
Aunque el abuso no siempre es reconocido ni juzgado en la tierra, Dios es un juez justo. Y más que castigar al abusador, su primer interés es restaurar al herido.
Salmo 34:18 declara:
“Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu.”
5. Pérdidas no procesadas
La pérdida de un ser querido, un trabajo, un sueño, una relación o una etapa de vida importante también puede herir profundamente el alma. El duelo mal manejado deja residuos emocionales que impiden avanzar.
Marta y María, ante la muerte de su hermano Lázaro, sintieron la herida de la pérdida, la decepción con Jesús por no llegar a tiempo, y la angustia de la ausencia.
Pero Jesús vino, lloró con ellas y luego hizo lo impensable: devolvió la vida. Eso es lo que Él hace con nuestras pérdidas también. No todas se resuelven como la de Lázaro, pero todas pueden ser consoladas por el mismo Dios.
Reflexión personal
¿Cuál de estas causas resuena contigo? ¿Fue el rechazo de un padre, la traición de un amigo, o un abuso del que nunca hablaste? Tal vez no es una sola causa, sino una combinación. La buena noticia es que Dios no necesita que entiendas todo para comenzar a sanar. Solo necesita que lo invites a entrar.
Aplicación práctica
Haz una lista de personas, experiencias o momentos que consideras que fueron puntos de quiebre en tu alma. Escríbelos como si estuvieras hablándole directamente a Dios. Sé honesto. No es para publicar, es para entregar. Este ejercicio de escritura es un paso importante para sacar a la luz lo que el enemigo quiere que permanezca en la oscuridad.
Recuerda: lo que no se nombra, no se sana. Pero cuando sacamos a la luz, Dios comienza su obra.
3. Consecuencias espirituales y emocionales de las heridas del alma
Las heridas del alma no solo generan dolor en el momento en que ocurren, sino que también dejan efectos persistentes que pueden durar años —o incluso toda la vida— si no se enfrentan y sanan. Estas consecuencias afectan nuestra manera de pensar, nuestras emociones, nuestras relaciones, y hasta nuestra comunión con Dios. Es como tener una espina clavada: aunque la cubramos con una venda, sigue doliendo con cada movimiento.
A continuación exploraremos algunas de las consecuencias más comunes y peligrosas de vivir con el alma herida.
1. Distorsión de la identidad
Uno de los efectos más frecuentes es que las heridas distorsionan la imagen que tenemos de nosotros mismos. La persona comienza a definirse por lo que vivió, no por lo que Dios dice que es.
Alguien que fue rechazado puede sentirse indigno de amor.
Quien fue traicionado puede verse como alguien no confiable o “tonto”.
Una persona abusada puede verse como “sucia” o sin valor.
Esto es exactamente lo que el enemigo busca: robar tu identidad en Dios. Jesús fue tentado en su identidad: “Si eres Hijo de Dios…” (Mateo 4). El diablo sabe que si te roba tu identidad, ya no necesitas pecar para estar lejos de Dios; simplemente vivirás bajo una mentira.
2. Inseguridad y temor constante
Las heridas del alma generan una constante sensación de inseguridad. La persona teme ser herida otra vez, y por lo tanto:
Se vuelve desconfiada.
Se aísla emocionalmente.
Teme abrir su corazón.
Tiene dificultad para establecer relaciones profundas o duraderas.
1 Juan 4:18 dice:
“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor…”
Pero si no se sana el alma, el temor sigue reinando en el corazón. El temor de ser lastimado otra vez, de ser abandonado, de no ser suficiente, de ser vulnerable.
3. Problemas en las relaciones
Una persona con el alma herida a menudo proyecta su dolor en los demás. Algunas señales comunes:
Reacciona exageradamente ante críticas o desacuerdos.
Es hipersensible al rechazo.
Se vuelve controlador o dependiente emocionalmente.
Se encierra en sí misma o evita la intimidad.
Muchas veces el problema no está en los demás, sino en una herida no tratada. Es como un cristal roto: todo lo que se mire a través de él se verá distorsionado.
4. Falta de perdón y amargura
Cuando una herida no se trata, se convierte en resentimiento. Y con el tiempo, ese resentimiento se transforma en amargura. Hebreos 12:15 nos advierte:
“Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados.”
La amargura contamina. No solo a la persona herida, sino a quienes la rodean. Se convierte en una fuente constante de conflicto, juicio, aislamiento y tristeza.
5. Alejamiento de Dios
Quizá esta es la consecuencia más dolorosa y peligrosa. Muchas veces, la persona herida empieza a proyectar su dolor en Dios:
“Si Dios me amara, esto no me habría pasado…”
“¿Dónde estaba Dios cuando…?”
“Dios no me escucha, no me sana, no me entiende.”
Este tipo de pensamientos bloquea la comunión con el Padre. Y sin darnos cuenta, el alma se endurece. Se vuelve incrédula, cínica, o incluso hostil hacia lo espiritual.
Pero Jesús conoce esta reacción. Por eso, cuando María y Marta lo confrontaron con dolor en Juan 11, Él no se ofendió. Él lloró con ellas. Y luego les mostró que, aun en el dolor, Él sigue siendo la Resurrección y la Vida.
Reflexión personal
¿Has notado alguna de estas consecuencias en tu vida? ¿Te cuesta confiar, amar, abrir tu corazón o perdonar? ¿Sientes que tu relación con Dios se ha enfriado por el dolor? Tal vez has tratado de esconderlo bajo ocupaciones, ministerio, trabajo o incluso una vida religiosa… pero la herida sigue allí.
Dios no te juzga por estar herido. Él te llama con amor para restaurarte completamente.
Aplicación práctica
Tómate un tiempo para hacer un autoanálisis. Revisa si alguna de estas consecuencias está presente en tu vida. Escríbelas. Luego ora con estas palabras:
“Señor, te entrego las consecuencias de mis heridas. Sé que muchas veces reacciono desde el dolor y no desde tu verdad. Ayúdame a reconocer lo que necesito sanar. No quiero vivir bajo el dominio del pasado. Amén.”
4. El proceso de sanidad en Cristo
Llegamos al corazón de este bosquejo: el proceso de sanidad interior. No es instantáneo como apagar una luz, pero tampoco es imposible como escalar una montaña sin equipo. Dios ha provisto en su Palabra un camino claro hacia la restauración total del alma. Este proceso es espiritual, emocional, y también práctico. Y lo mejor de todo es que Jesús no solo te sana, sino que camina contigo durante todo el proceso.
A continuación, desarrollaremos los pasos clave para recibir sanidad interior:
1. Reconocer la herida
El primer paso para sanar es admitir que estás herido. Muchas personas llevan años diciendo: “Yo estoy bien”, cuando en realidad han aprendido a convivir con el dolor. Pero lo que se niega no se sana.
David dijo en el Salmo 32:5:
“Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado.”
Aunque este pasaje habla del pecado, el principio se aplica también al dolor emocional: lo que se confiesa, se libera. Cuando reconoces la herida, le estás diciendo a Dios: “Estoy listo para ser sanado.”
2. Perdonar desde el corazón
La sanidad no es posible sin perdón. Y este es, muchas veces, el paso más difícil del proceso. No perdonamos porque el otro lo merece, sino porque nosotros necesitamos ser libres.
Jesús dijo en Mateo 6:14-15:
“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial.”
El perdón no justifica el mal, pero rompe el vínculo que ese mal tiene sobre tu alma. Perdonar no significa olvidar, sino decidir no cargar más con el peso de esa ofensa. Es un acto espiritual de libertad.
Puede que tengas que perdonar más de una vez. No siempre sucede en un instante. Pero cada vez que lo haces, una parte más de tu alma se libera.
3. Llevar la herida a los pies de Jesús
Jesús no solo es el Salvador del mundo, sino también el Sanador de los corazones rotos. Él fue herido para que nosotros seamos sanados:
Isaías 53:5
“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.”
Jesús entiende el dolor humano como nadie. Fue traicionado, rechazado, humillado, abandonado, y crucificado. Por eso puede compadecerse de nosotros. En oración, puedes entregarle tu herida como si fuera una ofrenda rota, sabiendo que Él no la despreciará.
4. Reemplazar la mentira con la verdad de Dios
Cada herida deja una mentira incrustada: “no vales nada”, “nunca serás suficiente”, “Dios no te ama”, “todos te abandonarán”. Estas mentiras deben ser arrancadas y reemplazadas con la verdad de la Palabra de Dios.
Ejemplo:
Mentira: “Estoy solo.”
Verdad: “No te dejaré ni te desampararé.” (Hebreos 13:5)Mentira: “No tengo valor.”
Verdad: “Eres mi especial tesoro.” (Éxodo 19:5)Mentira: “Siempre fracasaré.”
Verdad: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Filipenses 4:13)
Renueva tu mente con la verdad. Escríbela, repítela, medítala cada día. La sanidad del alma comienza a consolidarse cuando la mentira es desplazada por la verdad eterna de Dios.
5. Rodearte de ayuda espiritual y emocional
Aunque Dios puede sanar directamente, muchas veces usa personas como instrumentos de restauración. No tengas miedo de pedir ayuda:
Un líder espiritual maduro.
Un consejero cristiano.
Un amigo que ore contigo y te escuche sin juzgar.
Santiago 5:16 nos dice:
“Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados…”
La sanidad florece en comunidad. El aislamiento solo profundiza la herida.
Reflexión personal
¿Estás dispuesto a pasar por el proceso completo? ¿A reconocer tu dolor, a perdonar, a confiar en Jesús, a renovar tu mente y pedir ayuda?
La sanidad no es magia, es transformación. No se trata de olvidar el pasado, sino de vivir libre de su dominio. Hoy puedes comenzar ese camino.
Aplicación práctica
Haz una lista de las mentiras que has creído a raíz de tus heridas. Luego, escribe al lado una verdad bíblica que las contradiga. Léela todos los días por una semana y declara en oración:
“Señor, arranca toda mentira que haya echado raíz en mi corazón y reemplázala con tu verdad. Quiero creer lo que Tú dices de mí, no lo que el dolor o el enemigo dicen. Amén.”
5. Caminando en libertad y plenitud
Sanar no es solo dejar de sentir dolor. Sanar es vivir diferente. Es caminar sin el peso del pasado, sin las cadenas de la culpa, sin el miedo de volver a ser herido. Cuando Dios sana nuestra alma, también nos invita a vivir una nueva vida en libertad, plenitud y propósito. Sanar no es olvidar lo que pasó, sino dejar que lo que pasó ya no te controle.
A continuación, veremos cómo se ve esa vida restaurada y cuáles son los hábitos y decisiones que te ayudarán a mantenerte firme en tu sanidad.
1. Abrazar tu nueva identidad en Cristo
Cuando el alma sana, comienza a florecer la verdadera identidad que Dios diseñó. Las heridas ya no definen quién eres. Ahora, la voz de Dios es la que marca tu valor y tu propósito.
2 Corintios 5:17 dice:
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.”
Caminar en libertad es vivir como una nueva criatura. Ya no actúas desde el rechazo, sino desde la aceptación. Ya no sirves desde la necesidad de aprobación, sino desde la plenitud de saberte amado por Dios.
Haz tuyas estas declaraciones de fe:
Soy amado (Jeremías 31:3)
Soy perdonado (Efesios 1:7)
Soy aceptado (Romanos 15:7)
Soy libre (Juan 8:36)
Soy valioso (Mateo 10:31)
2. Restaurar relaciones rotas (cuando sea posible)
En algunos casos, Dios te llevará a restaurar relaciones dañadas. No todas se pueden ni deben restaurar, especialmente si implican riesgo, abuso o manipulación. Pero cuando sea posible, la reconciliación es parte de la evidencia de una alma sana.
Romanos 12:18 nos enseña:
“Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.”
Una persona sana busca la paz, aunque la otra parte no responda igual. No porque lo necesite para ser feliz, sino porque ya ha sido sanada por Dios y ahora es agente de sanidad para otros.
3. Cultivar hábitos espirituales constantes
La sanidad no es un evento, es un proceso que se mantiene con disciplina espiritual. Las heridas pueden intentar reabrirse en momentos de crisis, pero si estás lleno de la Palabra, la oración y la comunión con otros creyentes, podrás mantenerte firme.
Lectura de la Biblia diaria: la verdad de Dios renueva tu mente.
Oración constante: te mantiene conectado al sanador.
Adoración: libera el alma y te enfoca en la grandeza de Dios.
Comunión con otros creyentes: no estás solo en el camino.
Efesios 6:10-11 nos llama a fortalecernos en el Señor y a vestirnos con la armadura de Dios. Esto incluye la protección emocional y espiritual que necesitamos a diario.
4. Servir desde la herida sanada
Dios no solo sana tu alma para que estés bien. También lo hace para que seas instrumento de restauración para otros.
2 Corintios 1:4 dice:
“El cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación…”
Tu historia puede ser medicina para otro. Lo que Dios hizo en ti, puede hacerlo en muchos más. Hay poder en un testimonio real, especialmente cuando viene de alguien que ha sido restaurado por completo.
5. Cuidar tu corazón todos los días
Proverbios 4:23 nos recuerda:
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida.”
La sanidad debe mantenerse. Esto implica:
Evitar ambientes o personas que reactivan heridas.
No exponerte a contenido tóxico (películas, música, redes).
Aprender a poner límites saludables.
Mantener una actitud agradecida, aún en medio de pruebas.
Dios no solo quiere sanarte, quiere sostenerte. Él será tu roca firme, tu refugio constante, tu Padre eterno.
Reflexión personal
¿Estás caminando como alguien sano o como alguien aún herido? ¿Tus decisiones, relaciones y reacciones reflejan una vida restaurada por Cristo? Recuerda: sanar no es olvidar lo que pasó, sino aprender a vivir con el recuerdo sin que te controle.
La sanidad verdadera se refleja en paz interior, amor hacia ti mismo, perdón hacia otros y comunión con Dios.
Aplicación práctica
Haz un compromiso contigo mismo y con Dios. Escribe una breve declaración de fe que diga:
“Señor, gracias por haber comenzado en mí un proceso de sanidad. Hoy me comprometo a caminar en tu verdad, a cuidar mi corazón, a perdonar cada día, y a vivir con propósito. No soy lo que me hicieron. Soy lo que Tú dices que soy. Soy libre, sano, amado y llamado por Ti. Amén.”
Conclusión
Las heridas del alma no son el final de tu historia. Son solo capítulos oscuros que Dios puede redimir para escribir una historia de restauración, propósito y testimonio. En sus manos, todo dolor tiene un propósito, toda lágrima tiene valor, y cada cicatriz puede convertirse en una señal de victoria.
Recordemos las palabras poderosas de Isaías 61:1-3, profecía cumplida en Jesús:
“El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí… me ha enviado a vendar a los quebrantados de corazón… a proclamar libertad a los cautivos… a consolar a todos los enlutados… a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado…”
Este es el Dios que sana tu alma. El que no te rechaza por estar roto, sino que te abraza, te restaura y te levanta. El que transforma tu historia de dolor en una historia de gracia.
Quizás llevaste por años una herida tan profunda que creíste que ya no se podía sanar. Pero hoy, con cada paso que diste en este recorrido, abriste la puerta a una nueva realidad: Dios puede, quiere y está sanando tu alma.
Oración final
Padre Celestial,
Vengo a Ti con humildad, reconociendo que hay heridas en mi alma que solo Tú puedes sanar. Algunas de ellas las he cargado por años. Otras las he escondido detrás de sonrisas, ocupaciones y religiosidad. Pero hoy decido exponerlas ante Ti, no para avergonzarme, sino para que las sanes.Te entrego mi dolor, mi historia, mis traumas, mi pasado.
Te entrego el rechazo, el abandono, la traición, las palabras hirientes, los abusos y las pérdidas que marcaron mi alma.Renuncio a las mentiras que creí a raíz de estas heridas: que no valgo, que no soy amado, que estoy solo, que no merezco ser feliz.
Hoy abrazo tu verdad: que soy tu hijo amado, aceptado, perdonado y valioso para Ti.Señor Jesús, entra en lo más profundo de mi corazón y haz lo que solo Tú puedes hacer.
Sana mis emociones. Restaura mi identidad.
Lléname de tu paz, tu amor y tu presencia.Declaro que desde hoy camino en libertad.
Ya no seré esclavo del pasado. Ya no viviré desde el dolor.
Viviré desde tu propósito, con plenitud y esperanza.En el nombre de Jesús,
Amén.