Introducción
Texto base:
Proverbios 3:9-10
“Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto.”
Desde el principio, la relación entre Dios y el ser humano ha estado marcada por la honra. Honrar es mucho más que mostrar respeto externo; es reconocer con actos, con palabras y con decisiones el lugar que Dios ocupa en nuestra vida. Honrar a Dios implica ponerlo primero, y esto no se limita solo a la oración, la alabanza o la obediencia, sino también —y de manera muy clara en las Escrituras— a nuestros bienes materiales.
En un mundo donde la economía domina muchas decisiones, donde la acumulación de riquezas se ha convertido en sinónimo de éxito, el Señor nos llama a una actitud radicalmente contracultural: honrarlo con lo que poseemos. Y no se trata de dar por obligación o por presión, sino de entender que todo lo que tenemos proviene de Él, y que al reconocerlo como el dueño legítimo de nuestras posesiones, activamos principios espirituales que desatan bendiciones sobre nuestra vida.
Este mensaje no es solo sobre diezmos o ofrendas. Es sobre una vida alineada al corazón de Dios en el área de los bienes. Es comprender que nuestra relación con lo material revela el estado de nuestro corazón espiritual. En este bosquejo profundizaremos en lo que significa honrar a Jehová con nuestros bienes, por qué es importante, cómo se manifiesta y qué consecuencias tiene.
Veremos cómo este principio bíblico transforma nuestras prioridades, nos libera del egoísmo y nos posiciona para recibir la provisión divina que Dios ha prometido a quienes le honran. A través de la Palabra, entenderemos que honrar a Dios con nuestros bienes no es pérdida, sino la inversión más segura que podemos hacer en esta vida y para la eternidad.
1. Todo le pertenece a Dios
Texto base:
Salmo 24:1
“De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan.”
Antes de poder honrar a Dios con nuestros bienes, debemos entender un principio fundamental del Reino: nada es realmente nuestro. Todo lo que tenemos —sea mucho o poco— ha sido puesto en nuestras manos por Dios. Somos administradores, no propietarios. Esta verdad cambia por completo nuestra perspectiva sobre el dinero, los bienes materiales y nuestras decisiones financieras.
Cuando creemos que algo nos pertenece, actuamos con un sentido de control absoluto. Pero cuando entendemos que somos mayordomos de lo que Dios nos ha confiado, cambia nuestra manera de usarlo: buscamos Su voluntad, le pedimos dirección, y rendimos cuentas. Reconocemos que cada recurso es una herramienta para glorificarlo a Él, no para alimentar nuestro ego.
Este principio se refleja desde el Génesis. Dios puso al hombre en el huerto para administrarlo, no para adueñarse de él. Lo mismo sucede hoy: nuestra casa, nuestro salario, nuestras posesiones, incluso nuestro tiempo, son recursos que deben estar disponibles para el propósito de Dios. Él es el dueño de todo, y nosotros estamos llamados a manejarlo con fidelidad.
Negar este principio es una de las raíces del egoísmo y la avaricia. Cuando creemos que lo que tenemos es solo fruto de nuestro esfuerzo, cerramos la puerta a la gratitud y abrimos la puerta al orgullo. Pero cuando reconocemos que todo proviene de Dios, entonces somos libres para dar, para compartir, para invertir en el Reino, porque sabemos que nuestro proveedor es eterno y nunca nos dejará sin lo necesario.
Reflexión y aplicación práctica:
Haz una pausa y piensa: ¿de qué manera estás administrando lo que Dios ha puesto en tus manos? ¿Te consideras dueño o mayordomo? Esta distinción es clave para comenzar a honrar a Dios con tus bienes. Revisa tus decisiones financieras, tu generosidad, tus prioridades. Si Dios revisara tu presupuesto mensual, ¿vería que Él es tu prioridad?
Recuerda: reconocer que todo es de Dios no es una idea teológica abstracta. Es un estilo de vida. Es decidir que cada peso que entra a tus manos será usado con sabiduría, generosidad y dirección divina. Cuando esto sucede, el dinero deja de ser un ídolo y se convierte en una herramienta para glorificar a Dios.
2. Honrar con las primicias: Dios primero en todo
Texto base:
Proverbios 3:9
“Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos.”
El versículo no dice simplemente “da a Dios”, sino “honra” a Dios. Hay una gran diferencia entre dar por costumbre o por religiosidad, y dar para honrar. Honrar implica respeto, reverencia, gratitud profunda y reconocimiento de que Él es primero. Y ese principio se manifiesta claramente cuando hablamos de las primicias.
En tiempos bíblicos, las primicias eran la primera parte de la cosecha. Era la porción inicial, la más esperada, la que garantizaba el sustento del año. Ofrecer las primicias al Señor era un acto de fe. Era decir: “Antes de usarlo para mí, lo consagro a Ti”. Hoy, aunque la mayoría ya no vivimos de cosechas, el principio espiritual sigue vigente: dar a Dios lo primero y lo mejor.
Aplicado a nuestra vida, esto significa apartar para el Señor la primera parte de nuestros ingresos, antes de pagar cuentas, deudas o cualquier gasto. Es una declaración de confianza. Es afirmar que Dios es nuestra fuente, no nuestro trabajo, no nuestros negocios, no nuestros contactos. Honrar a Dios con las primicias rompe el temor a la escasez, porque se basa en la fe en un Dios proveedor.
Pero también implica algo más profundo: priorizar a Dios no solo en el dinero, sino en todas las áreas de la vida. Es darle lo primero de nuestro tiempo, lo primero de nuestra atención al comenzar el día, lo primero en nuestras decisiones. ¿Le damos a Dios las sobras o lo mejor? Esta pregunta puede incomodarnos, pero es esencial si queremos vivir bajo Su bendición.
Reflexión y aplicación práctica:
¿Le das a Dios lo primero o lo que sobra? ¿Es prioridad en tu presupuesto mensual? ¿Tu corazón descansa en el ingreso o en el Proveedor?
Haz un acto práctico: si no lo haces aún, comienza a separar una parte de tus ingresos para Dios apenas recibes tu salario. No como un pago obligado, sino como un acto de honra y gratitud. Si ya lo haces, examina si realmente estás entregando lo mejor, o si has caído en la rutina. La fe verdadera se ve en decisiones concretas. Dale a Dios lo primero y lo mejor, y verás cómo Su fidelidad respalda tu obediencia.
3. La generosidad como expresión de honra
Texto base:
2 Corintios 9:7-8
“Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia…”
La honra a Dios no se manifiesta únicamente en dar una cantidad específica o en cumplir con un requisito religioso, sino en una actitud de corazón. Cuando honramos a Dios con nuestros bienes, estamos reconociendo Su Señorío, pero también estamos permitiendo que Su generosidad fluya a través de nosotros. La generosidad no es solo dar, es dar con gozo, con propósito, con libertad.
La Biblia nos muestra que Dios ama al dador alegre. Esta frase revela mucho: no se trata solo de la acción de dar, sino del gozo y la intención con la que se hace. Honrar a Dios con nuestros bienes se convierte en una expresión de amor y confianza cuando lo hacemos voluntariamente, con un corazón agradecido por todo lo que Él ha hecho por nosotros.
Cuando somos generosos, nos parecemos más a Dios. Él es el dador por excelencia: dio vida, dio Su Palabra, dio a Su Hijo. Y cuando nosotros damos, reflejamos Su carácter. No se trata de cuánto damos, sino de con qué corazón damos. La viuda que dio dos blancas (Lucas 21:1–4) dio más que todos los ricos, porque lo hizo con honra y fe.
Además, la generosidad honra a Dios porque bendice a otros. Cuando damos para Su obra, para ayudar al necesitado, para sostener el avance del Reino, estamos diciendo: “Dios, me importan Tus prioridades más que las mías”. En un mundo egocéntrico, cada acto de generosidad es una declaración profética de que Dios reina en nuestra vida.
Reflexión y aplicación práctica:
¿Eres generoso? ¿Das con gozo o con resistencia? ¿Te cuesta compartir lo que tienes, o te gozas en ver a otros bendecidos? Recuerda que la generosidad es una semilla. Cuando la siembras con fe, no pierdes: estás sembrando en terreno fértil.
Tómate un momento para evaluar tus motivaciones al dar. Ora y pídele al Espíritu Santo que te muestre si hay temor, egoísmo o avaricia en tu corazón. Y luego actúa: busca esta semana una oportunidad de dar, no por obligación, sino como un acto de honra al Señor. Tal vez no sea mucho, pero si es con alegría, Dios lo ve y lo honra.
4. La promesa de abundancia para los que honran
Texto base:
Proverbios 3:10
“…y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto.”
Dios no es deudor de nadie. Cuando Él nos llama a honrarlo con nuestros bienes, no lo hace para empobrecernos, sino para enseñarnos a confiar y para bendecirnos de forma sobrenatural. El versículo que guía este bosquejo no solo nos da una instrucción, sino también una promesa clara: si lo honramos con nuestras primicias, nuestros graneros serán llenos y nuestros lagares rebosarán.
Este lenguaje agrícola, en contexto bíblico, era muy claro: graneros llenos y lagares rebosantes significaban provisión, estabilidad, seguridad y gozo. En otras palabras, Dios promete abundancia integral a los que lo ponen primero. Esta promesa no debe entenderse como un intercambio comercial (“yo doy, Dios me da”), sino como la consecuencia natural de vivir conforme a Sus principios.
Honrar a Dios con nuestros bienes no es una fórmula mágica para enriquecernos, pero sí es una llave espiritual que abre las puertas de Su provisión. Dios bendice al que confía en Él y lo demuestra con sus decisiones. La abundancia que Dios promete no siempre se mide en dinero, sino en paz, contentamiento, puertas abiertas, relaciones restauradas, oportunidades inesperadas y necesidades cubiertas en el momento justo.
Además, esta abundancia tiene un propósito mayor: seguir bendiciendo a otros. Cuando Dios llena tus graneros, no es para que acumules sin sentido, sino para que te conviertas en un canal de bendición. Él quiere usar tus recursos como una herramienta para alcanzar, ayudar, levantar y extender el Reino.
Reflexión y aplicación práctica:
¿Estás experimentando escasez o falta de provisión? No siempre es por desobediencia, pero vale la pena preguntarse: ¿estoy honrando a Dios con lo que tengo? ¿Estoy poniéndolo primero? ¿He confiado más en mi cuenta bancaria que en Su Palabra?
Dios quiere bendecirte. No con una bendición egoísta, sino con una abundancia con propósito. Revisa tus prioridades. Tal vez Dios está esperando que des un paso de fe, para derramar sobre ti lo que tiene reservado. Él no falla. Si lo honras, Él respaldará cada paso.
5. El peligro de retener lo que es de Dios
Texto base:
Malaquías 3:8-10
“¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos…”
Este pasaje de Malaquías es uno de los más confrontadores en la Escritura en cuanto al manejo de los bienes. Dios no está hablando con paganos, sino con Su propio pueblo. Les reclama algo fuerte: “me habéis robado”. El pueblo pensaba que era fiel porque seguía practicando sacrificios y tradiciones, pero Dios les muestra que la falta de honra con los bienes también es una forma de desobediencia.
Retener lo que le pertenece a Dios —sea el diezmo, una ofrenda específica o simplemente una actitud generosa— es, según este pasaje, una manera de robarle. Y esto trae consecuencias: no solo económicas, sino espirituales. Cuando dejamos de confiar en Dios como proveedor y retenemos, nos cerramos a Su bendición y caemos en una mentalidad de escasez.
Este pasaje, sin embargo, no solo reprende: también ofrece una de las promesas más audaces de toda la Biblia. Dios dice: “Probadme ahora en esto…”. Es el único lugar donde el Señor nos invita explícitamente a probarlo. Si traemos lo que le pertenece, Él abrirá las ventanas de los cielos. Esta imagen comunica provisión abundante, continua, sobrenatural.
La desobediencia en el área de los bienes muchas veces está ligada al temor. Pensamos: “si doy, no me va a alcanzar”. Pero la verdad es la contraria: si retenemos, nos cerramos a la provisión divina. La fe se manifiesta cuando damos incluso en momentos difíciles, creyendo que Él suplirá cada necesidad.
Reflexión y aplicación práctica:
¿Estás reteniendo algo que Dios te ha pedido entregar? Tal vez no se trata solo del diezmo, sino de una semilla que Él te pidió sembrar, de ayudar a alguien, de apoyar una obra, o de invertir en Su Reino. Pregúntale al Señor si hay algo que necesitas soltar.
No temas. Dios no quiere empobrecerte, quiere enseñarte a vivir bajo principios del Reino. Y esos principios son claros: cuando damos, Él multiplica; cuando honramos, Él abre los cielos; cuando obedecemos, Él nos respalda. No te prives de lo que Dios quiere hacer por miedo o incredulidad.
Conclusión
Honrar a Jehová con nuestros bienes no se trata simplemente de cumplir con una regla financiera o una norma religiosa. Es una expresión directa del lugar que Dios ocupa en nuestro corazón. Cuando decidimos ponerlo primero en nuestras finanzas, estamos diciendo: “Confío en Ti más que en mi cuenta bancaria. Dependo de Ti más que de mi esfuerzo. Mi provisión no viene de este mundo, viene de Ti”.
Hemos visto que la honra no es solo con palabras, sino con hechos concretos. Que comienza reconociendo que todo lo que tenemos viene de Dios, que se manifiesta cuando le damos lo primero y lo mejor, que se afirma cuando actuamos con generosidad, y que produce una abundancia con propósito. También entendimos el riesgo de retener lo que le pertenece y cómo eso puede cerrar puertas espirituales que Él anhela abrir.
Este mensaje es más que una invitación a dar: es un llamado a vivir una vida completamente rendida a Dios, donde incluso el uso de nuestros recursos materiales se convierte en una forma de adoración. No importa cuánto tienes, sino cuánto confías. Dios puede hacer mucho con lo poco, cuando se le entrega con fe.
Hoy es un buen día para examinar tu corazón y tus prioridades. ¿Está Dios en primer lugar también en tu economía? ¿Tus decisiones financieras reflejan honra y confianza? Si hay áreas que necesitan alinearse, hazlo sin temor. Porque cuando honramos a Dios, Él se encarga de llenarnos de Su fidelidad en todas las áreas.
Oración final
Señor amado, hoy vengo delante de Ti reconociendo que todo lo que tengo proviene de tu mano generosa. Nada me pertenece, todo es tuyo. Perdóname si he retenido lo que debía darte, si he confiado más en mi esfuerzo que en tu provisión, si he dado con temor y no con fe.
Hoy decido honrarte con mis bienes, con mis ingresos, con mi tiempo, con mi vida entera. Enséñame a darte lo primero y lo mejor, no lo que sobra. Cambia mi corazón para que viva con generosidad, para que no me apegue a lo material, sino que lo use para glorificarte y bendecir a otros.
Abre las ventanas de los cielos sobre mi vida, Señor. No para mi comodidad, sino para tu propósito. Que mi casa sea un canal de bendición, que nunca falte lo necesario, y que en todo lo que haga, tu nombre sea exaltado. En el nombre de Jesús, amén.