Texto Base: Jeremías 31:3 (RVR1960)
“Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia.”
Introducción
Querida iglesia, hoy venimos a reflexionar sobre una verdad que trasciende el tiempo y nuestras circunstancias: Dios nos ama con un amor eterno. Este versículo de Jeremías no solo nos habla de una afirmación, sino de una declaración divina que nos invita a comprender la magnitud de Su amor.
El contexto en el que Dios habla a través de Jeremías es crucial. Israel estaba en un momento de dolor, exilio y disciplina, pero Dios les recuerda que Su amor por ellos no había cambiado. Esta misma verdad es aplicable a nosotros. A pesar de nuestras caídas, errores y rebeliones, Su amor es constante y eterno.
El amor eterno de Dios es inmutable. No depende de nuestras acciones ni de las circunstancias. Es un amor que existió antes de que nosotros fuéramos formados y que continuará por toda la eternidad. Este amor nos sostiene en los momentos difíciles, nos restaura cuando hemos fallado y nos guía hacia Su propósito.
En esta prédica exploraremos diferentes facetas de este amor eterno: Su origen, Su manifestación en Cristo, Su alcance en nuestras vidas, y cómo debemos responder a este amor. Mi oración es que al salir de este lugar hoy, llevemos en nuestros corazones una comprensión más profunda del amor que Dios tiene por cada uno de nosotros.
Hermanos, quiero que imaginen por un momento la inmensidad del amor de Dios, un amor que no tiene principio ni fin. Un amor que fue diseñado exclusivamente para ti y para mí. Este es el amor que cambia vidas, que restaura almas y que nos lleva a una relación más íntima con nuestro Creador. ¡Acompáñenme mientras exploramos juntos este poderoso mensaje!
1. El origen del amor eterno
El versículo de Jeremías nos habla de un amor que es eterno. ¿Qué significa esto? Significa que no tiene principio ni fin. Este amor nace en el corazón mismo de Dios, quien es eterno. En 1 Juan 4:8 se nos dice: “Dios es amor.” No es que Dios tenga amor, sino que Su misma esencia es amor.
El origen del amor eterno de Dios es Su naturaleza divina. Desde antes de la creación del mundo, Dios ya había diseñado un plan para amarnos y redimirnos. Efesios 1:4-5 nos dice: “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo.” Esto nos muestra que el amor eterno no depende de nosotros, sino de Su soberanía.
Este amor no es un accidente ni una reacción. Es un amor intencional que surge de Su voluntad perfecta. Dios nos creó por amor, nos sustenta por amor y nos redime por amor. Él sabía desde el principio que pecaríamos, que nos alejaríamos de Él, pero aun así decidió amarnos con un amor que nunca cambia.
Cuando pensamos en el origen de este amor, debemos recordar que es un regalo inmerecido. No hay nada que podamos hacer para ganarlo o merecerlo. Este amor eterno es un testimonio de la gracia de Dios, que nos alcanza incluso cuando no lo merecemos.
Hoy, iglesia, quiero que meditemos en esta verdad: el amor eterno de Dios no es algo que debamos tomar a la ligera. Es el fundamento de nuestra fe y la razón por la cual estamos aquí. ¡Dios nos ha amado desde siempre y para siempre!
2. La manifestación del amor eterno en Cristo
El amor eterno de Dios no es solo un concepto abstracto; se manifestó de manera tangible y poderosa en la persona de Jesucristo. En Juan 3:16 leemos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Este versículo encapsula la culminación del amor eterno de Dios.
Jesucristo es la prueba máxima del amor de Dios. En Su encarnación, vemos a un Dios que no solo nos ama desde lejos, sino que decide habitar entre nosotros, experimentar nuestras luchas y cargar con nuestros pecados. En Romanos 5:8 se nos dice: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.”
El sacrificio de Jesús en la cruz no fue un evento improvisado. Fue el cumplimiento de un plan divino que comenzó desde antes de la fundación del mundo. En ese acto, vemos un amor que no escatimó nada para salvarnos. Cristo tomó nuestro lugar, soportó nuestro castigo y nos dio acceso a una relación eterna con el Padre.
Además, la resurrección de Cristo asegura que este amor eterno no tiene fin. Él vive para interceder por nosotros y nos prepara un lugar en la eternidad. El amor eterno de Dios, manifestado en Cristo, es nuestra esperanza y nuestra salvación.
Querida iglesia, si alguna vez has dudado del amor de Dios, mira a la cruz. Allí se encuentra la respuesta a todas nuestras preguntas y la solución a todos nuestros problemas. El amor eterno de Dios no solo se dice; se demuestra. ¡Cristo es la prueba viva de este amor inagotable!
3. El alcance del amor eterno
El amor eterno de Dios no tiene límites. Es un amor que alcanza a todas las personas, en todas las circunstancias y en todo tiempo. En Romanos 8:38-39, el apóstol Pablo declara con valentía: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.”
Esta declaración nos asegura que el amor eterno de Dios trasciende nuestras fallas, nuestros miedos y nuestras limitaciones. No importa cuán lejos nos hayamos alejado, Su amor siempre está dispuesto a alcanzarnos. Es un amor que nos persigue, nos encuentra y nos restaura.
El alcance de este amor también incluye nuestras temporadas de dolor y prueba. En Isaías 43:2, Dios promete: “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán; cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti.” Su amor no solo nos salva, sino que también nos sostiene en medio de las dificultades.
Hermanos, este amor eterno no discrimina. Es para el pecador arrepentido, para el creyente que lucha con su fe y para aquellos que aún no conocen a Cristo. Es un amor que invita a todos a acercarse y experimentar la gracia transformadora de Dios.
Hoy, quiero que reflexionemos sobre el alcance del amor de Dios en nuestras vidas. ¿Hay áreas donde hemos dudado de Su amor? ¿Hay personas a nuestro alrededor que necesitan ser alcanzadas por este amor eterno? Recordemos que no hay barrera que pueda detenerlo. ¡Dios nos ama con un amor que todo lo abarca!
4. Nuestra respuesta al amor eterno de Dios
El amor eterno de Dios demanda una respuesta de nuestra parte. No podemos simplemente escuchar de este amor y permanecer indiferentes. En 1 Juan 4:19 se nos dice: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” Este amor nos llama a responder con gratitud, obediencia y entrega total.
La primera respuesta que debemos tener es aceptar este amor. Aunque es un regalo inmerecido, muchos lo rechazan por incredulidad o por sentirse indignos. Pero la invitación de Dios es clara: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Aceptar el amor de Dios es el primer paso hacia una vida transformada.
Nuestra segunda respuesta debe ser amar a Dios en retorno. Este amor se manifiesta en nuestra adoración, en nuestra disposición a obedecer Su Palabra y en nuestra dedicación a Su obra. Jesús dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Amar a Dios no es solo un sentimiento; es una decisión diaria de vivir para Él.
Finalmente, debemos extender este amor a los demás. En Juan 13:34-35, Jesús nos dice: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” Nuestra respuesta al amor eterno de Dios debe reflejarse en cómo tratamos a los demás.
Querida iglesia, el amor eterno de Dios nos transforma y nos llama a ser agentes de cambio. Respondamos a este amor con todo nuestro corazón, mente y fuerza. ¡Vivamos una vida que glorifique al Dios que nos amó primero!
Conclusión
Hoy hemos explorado la profundidad, la amplitud y la eternidad del amor de Dios. Hemos visto que este amor tiene su origen en Su naturaleza divina, se manifestó de manera perfecta en Cristo, y nos alcanza en todas las áreas de nuestra vida. Pero ahora la pregunta es: ¿cómo vivimos a la luz de este amor eterno?
Vivir en el amor eterno de Dios significa vivir con la confianza de que somos amados, pase lo que pase. Significa enfrentar las pruebas de la vida con la seguridad de que no estamos solos y de que Su amor nunca nos abandonará. Como dice Lamentaciones 3:22-23: “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.”
También significa caminar en una relación íntima con Él. Dios no solo quiere que sepamos de Su amor; quiere que lo experimentemos diariamente. Esto requiere tiempo en Su presencia, meditando en Su Palabra y buscando Su rostro en oración.
Finalmente, vivir en el amor eterno de Dios nos llama a ser luz en un mundo lleno de oscuridad. Cuando entendemos cuán profundamente somos amados, no podemos evitar compartir este amor con otros. Como iglesia, estamos llamados a ser un reflejo del amor eterno de Dios para las personas que nos rodean.
Hermanos, mientras concluimos esta prédica, quiero que recordemos estas palabras: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia.” Este es el amor que nos sostiene, nos guía y nos transforma. ¡Vivamos cada día en este amor eterno, para la gloria de Dios y el avance de Su reino! Amén.