Prédica Cristiana: Cristianos de Apariencias

Querida iglesia, hoy quiero invitarte a reflexionar conmigo sobre un tema que toca las fibras más profundas de nuestra vida espiritual. Un tema que no solo confronta, sino que también nos impulsa a mirarnos al espejo con honestidad: ¿Estamos viviendo una fe auténtica o somos simplemente cristianos de apariencias?

Vivimos en un tiempo donde las imágenes valen más que las palabras, donde las redes sociales pueden convertir una fachada en una verdad aparente, y donde muchos han aprendido a comportarse como cristianos sin realmente serlo. ¿Cuántos hoy levantan las manos en la iglesia pero viven vidas apartadas de Cristo de lunes a sábado? ¿Cuántos visten la “ropa” del cristiano, hablan como cristianos, publican versículos en sus redes, pero su corazón está lejos de Dios?

Jesús fue muy claro con los fariseos, aquellos líderes religiosos que cuidaban las apariencias pero no vivían conforme al corazón de Dios. En Mateo 23:27-28, el Señor dice:

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad.”

Este es el mensaje que arde en mi corazón para ti hoy: Dios no busca cristianos que parezcan, sino cristianos que vivan. Él no se impresiona con tu manera de vestir o tu forma de hablar si tu corazón está lejos de Él. Él quiere una relación genuina, profunda, transformadora.

A lo largo de esta prédica vamos a examinar juntos:

  1. Qué significa ser un cristiano de apariencias.

  2. Cómo identificar si estamos cayendo en ese patrón.

  3. Las consecuencias espirituales de una fe superficial.

  4. El llamado de Dios a una vida auténtica en Cristo.

  5. Cómo volver al corazón del Padre con sinceridad.

Mi oración es que el Espíritu Santo use cada palabra para confrontarnos, para quebrantar el orgullo y para guiarnos hacia una fe real, viva y transformadora. Que no seamos sepulcros blanqueados, sino templos vivos del Espíritu de Dios.

¿Estás listo para dejar las apariencias y vivir una fe auténtica?

1. ¿Qué significa ser un cristiano de apariencias?

Ser un cristiano de apariencias no es simplemente cometer errores o tener debilidades —todos fallamos, todos tropezamos, y la gracia de Dios está disponible para nosotros. El verdadero problema aparece cuando nos conformamos con parecer cristianos, sin realmente serlo. Es una fe de fachada, una religión sin relación, una vida espiritual basada en la imagen que proyectamos más que en la transformación interior.

Un cristiano de apariencias es alguien que ha aprendido a comportarse como se espera en ciertos contextos: en la iglesia, frente a los hermanos, durante los cultos. Sabe cuándo decir “amén”, sabe cómo orar en voz alta, sabe cómo levantar las manos, incluso puede tener conocimiento bíblico… pero en su vida privada, su relación con Dios está rota o es inexistente.

Este tipo de fe no nace de una conexión real con Jesús, sino del deseo de encajar, impresionar o evitar el juicio de otros. Es una actuación espiritual. Y aunque puede engañar a los hombres, nunca engañará a Dios.

Mira cómo lo describe el apóstol Pablo en 2 Timoteo 3:5:

“Tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a estos evita.”

La “apariencia de piedad” es justamente eso: una imagen de santidad sin el poder transformador del Espíritu Santo. Es como una lámpara desconectada: parece útil, parece funcional, pero no alumbra, no tiene energía, no tiene vida.

Jesús mismo enfrentó este tipo de religiosidad constantemente. En los Evangelios vemos cómo confronta a los fariseos, quienes oraban en público para ser vistos, diezmaban hasta la menta y el comino, pero descuidaban la justicia, la misericordia y la fe (Mateo 23:23). Para ellos, la imagen era más importante que la verdad.

Hoy en día, podemos caer en lo mismo. Nos tomamos una foto en el culto con la Biblia abierta, publicamos versículos en Instagram, usamos frases cristianas como “Dios tiene el control” o “todo es para bien”, pero… ¿cuánto tiempo pasamos realmente orando a solas? ¿Cuánta dependencia real tenemos del Espíritu Santo? ¿Estamos obedeciendo su voz cuando nadie nos ve?

La apariencia puede ser muy engañosa. Puedes ser parte de una iglesia activa, servir en un ministerio, incluso predicar… y aun así estar vacío por dentro.

Mira lo que dice el Señor en Apocalipsis 3:1, a la iglesia en Sardis:

“Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto.”

¡Qué fuerte declaración! Tener “nombre de que vives” es como tener reputación, ser reconocido como cristiano, tener fama de piadoso… pero estar muerto espiritualmente.

Esto nos lleva a una verdad importante: la apariencia puede impresionar a los hombres, pero la autenticidad es lo que conmueve a Dios.

Ser cristiano de verdad no es actuar como uno, sino ser transformado por el poder del Evangelio. No es aprender una conducta, sino vivir una nueva naturaleza. No es vestir la camiseta, sino cargar la cruz.

2. ¿Cómo identificar si estamos cayendo en ese patrón?

La pregunta clave que debemos hacernos con humildad es: ¿Estoy cayendo en el patrón de ser un cristiano de apariencias? Porque muchas veces, esta condición no se presenta de forma brusca o evidente. Es un desliz progresivo. Poco a poco, sin darnos cuenta, empezamos a sustituir la comunión con Dios por rutinas vacías. Dejamos de alimentar el fuego del Espíritu y lo reemplazamos con una imagen cristiana construida para agradar a los demás.

Aquí te comparto algunas señales de advertencia que pueden ayudarnos a detectar si estamos viviendo una fe superficial:

1. Tu vida cristiana se vive solo en público

Si tu conexión con Dios se limita a los momentos donde otros te ven —el culto, el grupo pequeño, las redes sociales— pero en privado no oras, no buscas a Dios, no meditas en Su Palabra, es probable que estés viviendo de las apariencias.

Jesús fue claro en Mateo 6:6:

“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.”

Dios valora lo que hacemos en secreto más que lo que hacemos frente a todos.

2. Te importa más la opinión de los demás que la de Dios

Cuando estamos más preocupados por cómo nos perciben los demás que por cómo nos ve el Señor, estamos caminando por una senda peligrosa. Si buscas elogios, aprobación o reputación más que obedecer al Espíritu, estás construyendo sobre la arena de la apariencia.

Gálatas 1:10 nos recuerda:

“¿Busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.”

3. Hablas más de lo que vives

Es fácil hablar de fe, de principios bíblicos, de santidad. Lo difícil es vivirlo. Jesús dijo en Mateo 7:21:

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”

Una cosa es hablar bonito en la iglesia; otra muy distinta es perdonar a quien te traicionó, amar a quien te rechazó, obedecer cuando cuesta.

4. Hay una doble vida

Una señal clara de un cristiano de apariencias es la duplicidad. En la iglesia eres uno, pero en casa o con tus amigos eres otro. Puedes cantar alabanzas en el culto y luego hablar con groserías o caer en hábitos impuros en lo privado. Esta duplicidad apaga al Espíritu y abre la puerta a la hipocresía.

Santiago 1:8 lo dice así:

“El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.”

5. Has perdido el gozo genuino de tu relación con Dios

Cuando tu cristianismo se convierte en rutina, en peso o en obligación, es una señal de alerta. El fuego se apagó y solo quedan cenizas religiosas. La comunión con Dios ya no te emociona, no hay hambre por Su presencia. Solo hay mecánica y costumbre.

David, después de su pecado, clamaba en el Salmo 51:12:

“Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente.”


Querido hermano, querida hermana, esto no es para condenarte. ¡Es para despertarte! Porque si reconocemos estas señales, estamos a tiempo de volver al Señor con sinceridad. Dios no desprecia un corazón contrito y humillado. Él no busca actores; busca adoradores en espíritu y en verdad.

3. Las consecuencias espirituales de una fe superficial

Podemos engañarnos a nosotros mismos por un tiempo, e incluso engañar a otros por años. Pero lo que nunca podremos hacer es evitar las consecuencias espirituales de vivir una vida cristiana de apariencias. Porque una fe superficial, tarde o temprano, muestra sus frutos… y no son buenos.

Quiero que prestes atención a estas consecuencias. No para asustarte, sino para alertarte. Porque la Palabra de Dios no nos confronta para condenarnos, sino para salvarnos y transformarnos.

1. El corazón se endurece

Una de las primeras consecuencias de vivir de apariencias es que nuestro corazón comienza a endurecerse. Nos acostumbramos tanto a la imagen cristiana, que dejamos de ser sensibles a la voz de Dios. Ya no lloramos en su presencia. Ya no sentimos la necesidad de arrepentirnos. El orgullo toma el lugar de la humildad.

Hebreos 3:13 nos advierte:

“Antes exhortaos los unos a los otros cada día… para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado.”

Y el mayor engaño del pecado es este: “Estoy bien porque me veo bien.” Pero lo externo no es garantía de lo interno. Dios mira el corazón.

2. Perdemos el poder espiritual

Cuando la vida cristiana se vuelve un espectáculo, el poder del Espíritu Santo se va apagando. Podemos mantener la rutina: cantar, predicar, servir… pero sin autoridad, sin unción, sin transformación real. Nos volvemos religiosos pero no relevantes. Somos como ramas desconectadas del tronco.

Jesús dijo en Juan 15:5:

“Separados de mí, nada podéis hacer.”

La vida cristiana sin comunión con Cristo es solo teatro. Y el Reino de Dios no es de palabras, sino de poder.

3. Nos volvemos vulnerables al pecado oculto

Cuando solo nos preocupamos por lo externo, dejamos puertas abiertas en lo interno. Comenzamos a tolerar pequeños pecados “secretos”, creyendo que mientras nadie se entere, no pasa nada. Pero el pecado oculto es como un cáncer: crece en silencio hasta que destruye.

David intentó ocultar su pecado con Betsabé, y eso lo llevó a mentir, manipular y hasta asesinar. ¿Por qué? Porque las apariencias se vuelven una cárcel. Queremos mantener la imagen a toda costa, incluso sacrificando nuestra conciencia.

Lucas 12:2 dice:

“Porque nada hay encubierto que no haya de descubrirse, ni oculto que no haya de saberse.”

Tarde o temprano, lo que está mal saldrá a la luz. Mejor arrepentirnos a tiempo que vivir bajo una doble vida.

4. Afectamos el testimonio del Evangelio

Una de las consecuencias más tristes de vivir de apariencias es que dañamos el testimonio de Cristo. Cuando las personas nos ven en la iglesia hablando de santidad, pero afuera actuando como el mundo, se burlan del mensaje del Evangelio. Piensan: “Son todos iguales. Son unos hipócritas.”

Y lo peor es que no solo te haces daño a ti mismo, sino que otros tropiezan por causa tuya.

Romanos 2:24 lo dice claramente:

“Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros.”

Querido hermano, esto es serio. Dios quiere usar tu vida para mostrar Su gloria, no para generar confusión. No basta con conocer la Palabra. Tenemos que vivirla.

5. Te desconectas de la gracia transformadora de Dios

Cuando caemos en la religión sin relación, nos privamos de lo más hermoso del Evangelio: la gracia que cambia, que sana, que restaura. En vez de correr al trono de la gracia, comenzamos a depender de nuestras obras, de nuestra imagen, de nuestros propios esfuerzos.

Y cuando el pecado golpea, como inevitablemente lo hace, en lugar de confesarlo y buscar ayuda, lo ocultamos. Nos ponemos una máscara de espiritualidad, mientras por dentro nos sentimos vacíos, secos y derrotados.

Pero recuerda: la gracia no está disponible para los que aparentan, sino para los que se rinden con sinceridad. Jesús no vino a buscar justos, sino pecadores arrepentidos.

La buena noticia es que aún estamos a tiempo. Si reconocemos nuestra condición, si confesamos nuestra necesidad, Dios está más que dispuesto a restaurarnos.

4. El llamado de Dios a una vida auténtica en Cristo

Después de todo lo que hemos visto, puede que te preguntes: “¿Y ahora qué? ¿Qué quiere Dios de mí?” La respuesta es clara y poderosa: Dios no te llama a una vida de apariencias, sino a una vida auténtica, radicalmente transformada por Su gracia. Él no busca perfección exterior, sino rendición interior. Él no quiere máscaras; quiere tu corazón.

La autenticidad en la fe no es solo un ideal; es una necesidad urgente para estos tiempos. Vivimos en una era de filtros, ediciones, personajes e influencers, donde lo falso muchas veces parece más real que lo verdadero. Pero el Reino de Dios no se edifica sobre apariencias, sino sobre verdad.

Jesús no llamó a los discípulos a seguir una religión; los llamó a seguirlo a Él. A dejarlo todo. A vivir crucificados al mundo y vivos para Dios.

Veamos lo que significa esa autenticidad a la que somos llamados:

1. Dios nos llama a vivir en la luz, no en la oscuridad

Una vida auténtica es una vida sin doblez, sin escondites, sin duplicidad. Es una vida que camina en la luz. No porque seamos perfectos, sino porque somos transparentes. No tenemos nada que esconder, porque hemos sido perdonados, limpiados y restaurados por la sangre de Cristo.

1 Juan 1:7 dice:

“Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.”

Caminar en la luz no significa nunca fallar, sino no ocultar cuando fallamos. Es ser sinceros con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Es decir: “Señor, aquí estoy. Así soy. Cámbiame.”

2. Dios nos llama a vivir por convicción, no por conveniencia

La fe auténtica se mantiene firme cuando nadie la está mirando. No depende de la aprobación del pastor, del grupo de amigos o de la iglesia. Es una fe que vive por convicciones internas, no por presiones externas.

Daniel no dejó de orar aunque sabía que lo iban a echar al foso de los leones. ¿Por qué? Porque su relación con Dios era real. No era algo que hacía para impresionar; era su vida misma.

Hoy, el Señor nos llama a vivir con esa firmeza. A decir como Josué:

“Pero yo y mi casa serviremos al Señor” (Josué 24:15).

No importa lo que hagan los demás. Yo sé en quién he creído.

3. Dios nos llama a cultivar una relación íntima con Él

Lo contrario a la apariencia es la intimidad. No se trata de cuánto sabemos de Dios, sino de cuánto tiempo pasamos con Él. No se trata de hablar de Él, sino de hablar con Él.

Mateo 6:33 dice:

“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”

El cristianismo real se cultiva en lo secreto: en la oración sincera, en la lectura meditada de la Palabra, en el ayuno, en la obediencia diaria. Es allí donde Dios forja el carácter, donde transforma el corazón, donde derrama Su poder.

4. Dios nos llama a vivir con fruto, no solo con hojas

¿Recuerdas la historia de la higuera que Jesús maldijo? Estaba llena de hojas, pero no tenía fruto. Era todo apariencia. Y Jesús la maldijo, no porque no tuviera hojas, sino porque pretendía tener fruto y no lo tenía.

Así hay muchos hoy: llenos de hojas (actividades, ministerios, publicaciones, discursos) pero sin el fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, bondad, fe, mansedumbre, dominio propio (Gálatas 5:22-23).

El Señor busca fruto, no show.

Juan 15:8 lo dice claro:

“En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.”


Querido hermano, querida hermana, no estás solo en este llamado. Dios no espera que tú mismo te transformes. Él te ofrece Su Espíritu Santo para guiarte, fortalecerte, formarte. No se trata de actuar diferente, sino de ser transformado desde adentro. Él es el alfarero. Nosotros somos el barro.

Y si hoy decides rendirte, quitarte la máscara, dejar la actuación… Él comenzará una obra nueva en ti. No importan cuántos años llevaste una fe superficial; hoy puede comenzar un nuevo caminar, real y profundo, con Jesús.

5. Cómo volver al corazón del Padre con sinceridad

Después de haber sido confrontados por la Palabra, y de haber identificado si estamos viviendo una fe de apariencias, llega el momento más hermoso y poderoso de todos: volver al corazón del Padre.

Sí, hay esperanza. Sí, hay oportunidad. Y sí, Dios te está esperando con los brazos abiertos. No con condenación, sino con amor. No con reproche, sino con gracia.

El camino de regreso no es complicado, pero requiere algo que no se puede fingir: sinceridad. Dios no quiere una actuación más, quiere tu corazón tal como está, sin adornos, sin discursos, sin excusas. Solo tú, reconociendo tu necesidad de Él.

Veamos juntos los pasos espirituales para volver al corazón del Padre con autenticidad:

1. Reconoce tu condición sin justificarte

El primer paso es el más difícil para el orgullo, pero el más liberador para el alma: reconocer con honestidad que no estás bien. Admitir que has estado viviendo una fe superficial, que has estado más enfocado en las apariencias que en la comunión con Dios. Esto no es para humillarte, sino para restaurarte.

Como el hijo pródigo en Lucas 15, que al tocar fondo dijo:

“Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti” (Lucas 15:18).

Ese es el momento en que la gracia empieza a obrar. Cuando dejas de actuar como si todo estuviera bien y dices: “Señor, ya no quiero aparentar. Quiero vivir para ti.”

2. Rinde tu corazón, no solo tus palabras

Dios no está interesado en oraciones repetidas o frases bonitas. Él quiere corazones rendidos. Personas que digan: “Aquí estoy, Señor. Límpiame, transfórmame, enséñame a vivir en verdad.”

Joel 2:13 lo dice así:

“Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos; y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia.”

En el Antiguo Testamento, la gente solía rasgar sus vestidos como símbolo de arrepentimiento. Pero Dios les dice: “Eso no me impresiona. Yo quiero que rasgues tu corazón.”
Él quiere una transformación interna, no una actuación externa.

3. Vuelve a lo secreto, a la intimidad con Dios

Una de las claves más importantes para vivir una fe real es restaurar la intimidad personal con Dios. Volver a los tiempos de oración donde te quebrantas, donde escuchas su voz, donde no buscas que te vean, sino que Dios te encuentre.

Mateo 6:6, lo repetimos porque es vital:

“Cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto.”

Es ahí, en lo secreto, donde la máscara cae. Donde ya no hay escenario. Donde ya no tienes que demostrar nada. Solo estás tú… y el Padre.
Y ahí es donde el corazón empieza a sanar.

4. Pide al Espíritu Santo que te transforme de adentro hacia afuera

Tú no puedes cambiarte a ti mismo. Las apariencias las puedes fabricar tú, pero la transformación genuina solo viene por el poder del Espíritu Santo.

Pídele al Señor:

“Espíritu Santo, muéstrame las áreas donde estoy actuando. Dame un corazón nuevo. Pon en mí el querer como el hacer para vivir una vida que te honre de verdad.”

Ezequiel 36:26 es una promesa poderosa:

“Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.”

Esa es Su obra. Él lo hará si tú lo permites.

5. Vive en comunidad con transparencia

Dios no te llama a caminar solo. Una vida auténtica también se nutre en comunidad, cuando puedes abrir tu corazón con hermanos y hermanas maduros en la fe, y decir: “Estoy luchando. Necesito oración. Necesito ayuda.”

La iglesia no es un teatro. Es un hospital para almas rotas.
Santiago 5:16 dice:

“Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados.”

En vez de esconderte detrás de una imagen cristiana, rodéate de personas que amen a Dios y que estén dispuestas a caminar contigo en la verdad.

Querido amigo, querida amiga, no hay vergüenza en reconocer que has vivido de apariencias. La verdadera vergüenza sería seguir así sabiendo que Dios te ofrece un nuevo comienzo.

El Padre está esperando. Y si das ese paso de sinceridad, no te encontrarás con juicio… sino con gracia, restauración y vida.

Conclusión

Hoy el Espíritu Santo nos ha hablado con claridad, con amor pero también con firmeza. Hemos sido confrontados con una pregunta que no se puede ignorar: ¿Estamos viviendo una fe real o simplemente una fachada?

Ser un cristiano de apariencias es fácil. Requiere poco compromiso, poca entrega, y cero transformación. Pero vivir una vida auténtica en Cristo exige todo: rendición, humildad, sinceridad y una búsqueda constante de su presencia.

Las apariencias no salvan, no transforman, no liberan, no sanan. Solo Jesús lo hace.

No se trata de impresionar a otros, sino de vivir para agradar a Aquel que dio Su vida por ti. No se trata de mantener una imagen, sino de permitir que el Espíritu Santo forje el carácter de Cristo en tu interior. No se trata de hacer cosas para Dios, sino de vivir con Dios, todos los días, en lo secreto y en lo público, con el mismo corazón.

Hoy es un buen día para quitarse la máscara, para dejar el peso de la actuación espiritual y abrazar la libertad que viene con la verdad. Porque como dijo Jesús:

“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” — Juan 8:32

Y esa verdad no es un concepto. Es una persona: Jesucristo.
Él no vino a formar una religión de imágenes. Él vino a traer vida, y vida en abundancia. Y esa vida solo puede disfrutarse cuando se vive sin doblez, sin fachada, sin apariencia.

Oración final

Oremos juntos con un corazón sincero:

Padre amado,
Hoy vengo delante de Ti con humildad, reconociendo que muchas veces he vivido de apariencias. He mostrado una imagen que no refleja mi verdadera condición. He querido aparentar santidad, cuando mi corazón estaba lejos de ti. Perdóname, Señor.

Te pido que arranques toda hipocresía de mi vida, que expongas todo lo que necesita ser sanado, y que me ayudes a vivir en la luz, con transparencia y verdad.

Espíritu Santo, te entrego mi corazón. Haz tu obra en mí. Transfórmame desde lo más profundo. No quiero solo parecer cristiano… quiero vivir como hijo tuyo, lleno de tu presencia y de tu amor.

Quita toda dureza, toda rutina vacía, toda religiosidad. Dame hambre por tu Palabra, pasión por tu presencia, y un deseo profundo de obedecerte aún cuando nadie me esté mirando.

Que mi vida no sea un show, sino una adoración constante. Que cuando tú me veas, encuentres un corazón íntegro. Ayúdame a vivir cada día en lo secreto contigo, y a reflejar tu luz con verdad.

Gracias por tu gracia, por tu paciencia, y por tu amor que me llama a volver. Hoy respondo a ese llamado. Te pertenezco, Señor.

En el nombre de Jesús,
Amén.

Alejandro Rodriguez

Mi nombre es Alejandro Rodríguez y soy un hombre profundamente devoto a Dios. Desde que tengo memoria, siempre he sentido una presencia en mi vida, pero no fue hasta un momento muy particular que esa presencia se convirtió en el centro de todo lo que soy y hago.Soy el orgulloso padre de tres maravillosos hijos: Daniel, Pablo y María. Cada uno de ellos ha sido una bendición en mi vida, y a través de ellos, he aprendido el verdadero significado de la fe y la responsabilidad. Ahora también tengo el privilegio de ser abuelo de dos nietos, Miguel y Santiago, quienes llenan mi corazón de alegría y esperanza para el futuro.La historia de mi devoción a Dios comenzó en un momento oscuro de mi vida. Cuando tenía 35 años, pasé por una experiencia que lo cambió todo. Sufrí un accidente automovilístico muy grave, uno que, según los médicos, era casi imposible de sobrevivir. Recuerdo haber estado atrapado entre los hierros del coche, sintiendo que el final estaba cerca. En ese instante, mientras luchaba por respirar, una paz indescriptible me envolvió. Sentí una mano invisible que me sostenía y una voz en lo más profundo de mi ser que me decía: "No es tu hora, aún tienes una misión por cumplir".Sobreviví al accidente contra todo pronóstico médico, y esa experiencia me llevó a reevaluar mi vida y a buscar más profundamente el propósito que Dios tenía para mí. Me di cuenta de que había estado viviendo sin una dirección clara, enfocado en lo material y lo inmediato, pero ese encuentro con lo divino me mostró que había algo mucho más grande que yo debía hacer.Así nació Sermones Cristianos, un sitio web que fundé con el único propósito de difundir el mensaje de Dios a todo el mundo. Creé este espacio para que cualquiera, en cualquier lugar, pudiera acceder a la palabra de Dios y encontrar consuelo, guía y esperanza en sus momentos más difíciles, tal como yo lo hice. Mi misión es llevar el amor y el consuelo de Dios a aquellos que lo necesitan, a través de sermones inspiradores y mensajes de fe.Cada día, al despertar, agradezco a Dios por la nueva oportunidad de servirle. Mi vida ha sido un testimonio de la gracia y el poder de Dios, y mi mayor anhelo es compartir esa experiencia con los demás, para que también puedan sentir su presencia en sus vidas.

Deja una respuesta