Introducción
Amados hermanos y hermanas en Cristo, es un privilegio estar aquí hoy para compartir con ustedes la palabra de Dios. El capítulo 11 del libro de Hechos es un pasaje crucial en la historia de la Iglesia primitiva, un momento en el que Dios derramó Su gracia no solo sobre los judíos, sino también sobre los gentiles. Este capítulo marca un punto de inflexión en la misión de la Iglesia, un momento en que el Evangelio se expande más allá de las fronteras del pueblo elegido para alcanzar a todas las naciones. Hoy exploraremos juntos este pasaje, profundizando en su significado y cómo podemos aplicarlo a nuestras vidas.
Contexto histórico
Para entender la importancia de Hechos 11, debemos recordar el contexto en el que se encuentra la Iglesia en este momento. Jesús había dado a Sus discípulos el mandamiento de hacer discípulos de todas las naciones (Mateo 28:19). Sin embargo, hasta este punto, el Evangelio había sido predicado principalmente a los judíos. El capítulo anterior, Hechos 10, narra cómo el apóstol Pedro, guiado por una visión divina, predicó a Cornelio, un centurión romano, y su familia, quienes eran gentiles. Este fue un evento monumental, ya que los gentiles recibieron el Espíritu Santo de la misma manera que los judíos lo habían recibido en Pentecostés.
El conflicto inicial
El capítulo 11 comienza con un conflicto. “Oyeron los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea, que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios” (Hechos 11:1). La noticia de que Pedro había compartido el Evangelio con los gentiles y que ellos habían recibido el Espíritu Santo causó un gran revuelo entre los creyentes judíos en Jerusalén. Algunos, especialmente los que estaban “de la circuncisión”, criticaron a Pedro, diciendo: “¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos, y has comido con ellos?” (Hechos 11:3).
Esta reacción muestra la profunda división cultural y religiosa que existía en ese momento. Los judíos observaban estrictamente la ley mosaica, que incluía reglas sobre la pureza y la separación de los gentiles. Para ellos, asociarse con los gentiles, y mucho menos comer con ellos, era impensable. La preocupación no era solo teológica, sino también social y cultural. Este es un recordatorio de que la expansión del Evangelio a los gentiles no fue un proceso sencillo ni exento de controversias.
La explicación de Pedro
En respuesta a las críticas, Pedro relata detalladamente su experiencia, comenzando con la visión que tuvo en la ciudad de Jope (Hechos 11:5-10). En esta visión, Pedro vio un lienzo que descendía del cielo, lleno de animales impuros según la ley judía. Una voz del cielo le dijo: “Levántate, Pedro, mata y come”. Pero Pedro, siendo un judío devoto, respondió: “Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás”. La voz le habló de nuevo, diciendo: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común”. Esta visión se repitió tres veces antes de que el lienzo fuera retirado al cielo.
Pedro explica que mientras reflexionaba sobre la visión, tres hombres enviados por Cornelio llegaron a buscarlo, y el Espíritu le dijo que fuera con ellos sin dudar. Cuando llegó a la casa de Cornelio, Pedro predicó el Evangelio, y mientras hablaba, “el Espíritu Santo cayó sobre ellos, como sobre nosotros al principio” (Hechos 11:15). Este suceso confirmó para Pedro que Dios no hacía acepción de personas y que el mensaje de salvación era para todos, judíos y gentiles por igual.
Pedro concluye su relato diciendo: “Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?” (Hechos 11:17). Esta declaración es poderosa y desafiante. Pedro reconoce que resistir la obra de Dios en este momento habría sido una desobediencia directa al plan divino.
La respuesta de la Iglesia
Después de escuchar la explicación de Pedro, los hermanos en Jerusalén se callaron y glorificaron a Dios, diciendo: “¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” (Hechos 11:18). Esta es una respuesta de asombro y alabanza. La iglesia, que inicialmente había reaccionado con escepticismo y crítica, ahora reconoce la mano de Dios en este nuevo movimiento misionero.
Este momento es fundamental para la Iglesia primitiva. Marca el inicio oficial de la misión a los gentiles y establece un precedente que sería seguido por el apóstol Pablo y otros misioneros. La Iglesia comienza a entender que el Evangelio no está limitado por barreras étnicas o culturales, sino que es verdaderamente una buena nueva para todo el mundo.
Aplicación para nosotros hoy
Al reflexionar sobre este pasaje, hay varias lecciones que podemos aplicar a nuestras vidas como creyentes en el siglo XXI.
1. La soberanía de Dios en la misión
El relato de Pedro en Hechos 11 subraya la soberanía de Dios en la expansión del Evangelio. Dios es quien dirige y guía la misión de la Iglesia. Él fue quien dio la visión a Pedro, quien envió a los hombres de Cornelio y quien derramó el Espíritu Santo sobre los gentiles. Esto nos recuerda que la obra misionera no depende de nuestros esfuerzos humanos, sino de la dirección y el poder de Dios. Nosotros somos simplemente instrumentos en Sus manos.
Debemos estar atentos a la guía del Espíritu Santo en nuestras vidas y ministerios. A veces, Dios nos puede llevar a lugares y personas que no esperábamos. Como Pedro, debemos estar dispuestos a obedecer, incluso cuando Su llamado nos lleve fuera de nuestra zona de confort.
2. La inclusión radical del Evangelio
La expansión del Evangelio a los gentiles es un testimonio de la inclusividad del mensaje de Cristo. En Cristo, no hay distinción entre judío y gentil, esclavo y libre, hombre y mujer (Gálatas 3:28). El Evangelio es para todos, sin importar su trasfondo étnico, cultural o social.
Como iglesia, debemos ser reflejo de esta inclusión radical. Debemos romper cualquier barrera que impida que las personas escuchen el Evangelio. Esto puede significar confrontar nuestros propios prejuicios y estar dispuestos a recibir a aquellos que son diferentes a nosotros. Debemos recordar que todos somos igualmente necesitados de la gracia de Dios y que Su amor no tiene límites.
3. La importancia de la unidad en la diversidad
Hechos 11 también nos enseña la importancia de la unidad en la diversidad. La Iglesia primitiva enfrentó el desafío de integrar a los gentiles en una comunidad que había sido predominantemente judía. Este proceso no fue fácil, pero fue necesario para cumplir con el mandato de Jesús de ser Sus testigos “hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).
Hoy en día, la Iglesia sigue siendo una comunidad diversa, compuesta por personas de diferentes culturas, idiomas y tradiciones. Esta diversidad es una fortaleza, no una debilidad. Sin embargo, para mantener la unidad en medio de esta diversidad, debemos enfocarnos en lo que nos une: nuestra fe en Jesucristo. Debemos ser pacientes y amorosos unos con otros, dispuestos a aprender y crecer juntos en el Señor.
Conclusión
El capítulo 11 de Hechos es un recordatorio poderoso de que el Evangelio es para todos. Nos desafía a ser instrumentos de Dios en la expansión de Su reino, a abrazar la inclusividad del mensaje de Cristo y a trabajar por la unidad en medio de la diversidad. Que podamos ser una iglesia que sigue el ejemplo de Pedro, dispuesta a ir donde Dios nos llame, incluso si eso significa romper con nuestras tradiciones y prejuicios.
Que el Espíritu Santo nos guíe y nos fortalezca mientras continuamos la obra que comenzó en la Iglesia primitiva: llevar el mensaje de salvación a cada rincón de la tierra, hasta que todos hayan oído las buenas nuevas de Jesucristo.