Introducción
Queridos hermanos y hermanas en Cristo, es un gran privilegio estar hoy aquí reunidos para hablar sobre un tema que es fundamental en nuestra vida cristiana: la intimidad con Dios. En un mundo que nos bombardea con distracciones, problemas y tentaciones, es más necesario que nunca que cultivemos una relación cercana y profunda con nuestro Creador. La intimidad con Dios no es solo un concepto abstracto, sino una realidad viva y poderosa que transforma nuestras vidas de adentro hacia afuera.
¿Qué es la intimidad con Dios?
La intimidad con Dios es la cercanía, la comunión profunda que tenemos con Él. No se trata simplemente de saber sobre Dios o de cumplir con un conjunto de reglas religiosas, sino de conocerlo personalmente, de experimentar su amor y de vivir en constante comunión con Él. Jesús nos enseñó en Juan 15:5 que Él es la vid y nosotros los pámpanos, y que sin Él nada podemos hacer. Esta analogía ilustra la dependencia total que debemos tener de Cristo, la cual solo es posible a través de una relación íntima con Él.
El ejemplo de la intimidad en las Escrituras
La Biblia está llena de ejemplos de hombres y mujeres que caminaron en intimidad con Dios. Enoc, por ejemplo, “caminó con Dios, y desapareció, porque Dios se lo llevó” (Génesis 5:24). Este caminar con Dios implica una vida de continua comunión, obediencia y fe. David, llamado un hombre conforme al corazón de Dios, expresó su deseo de estar en la presencia de Dios cuando dijo: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová y para inquirir en su templo” (Salmo 27:4).
Jesús mismo es el modelo perfecto de intimidad con el Padre. A menudo se retiraba a lugares solitarios para orar (Lucas 5:16), demostrando la importancia de apartar tiempo para estar a solas con Dios. A través de su vida, Jesús nos mostró que la verdadera fuerza y dirección en la vida provienen de una relación íntima con el Padre.
¿Cómo cultivamos la intimidad con Dios?
Cultivar la intimidad con Dios requiere de esfuerzo y disciplina, pero es el mayor privilegio que podemos tener como creyentes. Aquí hay algunas formas prácticas de profundizar nuestra relación con Él:
a) Tiempo a solas con Dios: Tal como lo hizo Jesús, necesitamos apartar tiempo diario para estar a solas con Dios en oración y meditación de la Palabra. Este tiempo no debe ser visto como una tarea o una obligación, sino como un deleite, como un momento para estar en la presencia de nuestro Amado.
b) Leer y meditar en la Palabra de Dios: La Biblia es la revelación escrita de Dios y, a través de ella, podemos conocer su corazón, sus pensamientos y sus caminos. Meditar en la Escritura nos permite escuchar la voz de Dios y alinear nuestras vidas con su voluntad.
c) Obediencia: La intimidad con Dios se profundiza cuando obedecemos sus mandamientos. Jesús dijo en Juan 14:21: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él”. La obediencia es una demostración de nuestro amor por Dios y abre la puerta para que Él se revele más plenamente en nuestras vidas.
d) Adoración: La adoración es una expresión de amor y reverencia hacia Dios. No se trata solo de cantar canciones, sino de vivir una vida que glorifique a Dios en todo lo que hacemos. Al adorar, reconocemos la grandeza de Dios y nuestra necesidad de Él, lo que nos acerca más a su corazón.
Los beneficios de la intimidad con Dios
Vivir en intimidad con Dios trae innumerables beneficios a nuestra vida espiritual y emocional. Algunos de estos beneficios incluyen:
a) Paz y gozo: La presencia de Dios nos llena de una paz que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7) y de un gozo indescriptible (1 Pedro 1:8). Incluso en medio de las dificultades, la cercanía con Dios nos da la seguridad de que Él está con nosotros y de que todo obra para nuestro bien (Romanos 8:28).
b) Dirección y sabiduría: Cuando estamos cerca de Dios, Él nos guía y nos da sabiduría para tomar decisiones correctas. El Salmo 32:8 nos promete: “Te haré entender y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos”. En la intimidad con Dios encontramos la claridad y la dirección que necesitamos para nuestra vida diaria.
c) Fortaleza y protección: La intimidad con Dios nos da la fortaleza para enfrentar las pruebas y tentaciones de la vida. Cuando caminamos cerca de Él, somos conscientes de su presencia y de su protección, como dice el Salmo 91:1: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente”.
d) Cumplimiento de nuestro propósito: Solo en una relación cercana con Dios podemos descubrir y cumplir el propósito para el cual fuimos creados. Al buscar a Dios de todo corazón, Él nos revela sus planes y nos capacita para cumplir su voluntad en nuestras vidas.
Obstáculos para la intimidad con Dios
A pesar de los grandes beneficios, hay obstáculos que pueden impedir nuestra intimidad con Dios. Algunos de estos son:
a) Pecado no confesado: El pecado nos separa de Dios y rompe la comunión con Él. Isaías 59:2 nos dice: “Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios”. Para restaurar la intimidad, debemos confesar nuestros pecados y recibir el perdón que Cristo ofrece (1 Juan 1:9).
b) Distracciones del mundo: Vivimos en un mundo lleno de distracciones que compiten por nuestra atención. Si no somos intencionales en buscar a Dios, es fácil que las preocupaciones y placeres de la vida nos alejen de Él. Debemos aprender a apartar tiempo y espacio en nuestra vida para estar en su presencia.
c) Falta de fe: A veces, la duda y la incredulidad nos impiden acercarnos a Dios con confianza. Hebreos 11:6 nos recuerda que “sin fe es imposible agradar a Dios”. Debemos creer que Él está dispuesto a revelarse a nosotros y que desea tener una relación cercana con cada uno de sus hijos.
Conclusión
La intimidad con Dios es el mayor tesoro que podemos poseer. Es una relación viva y dinámica que nos transforma, nos da paz, gozo, dirección y fortaleza. Pero como cualquier relación, requiere tiempo, esfuerzo y dedicación. Hoy, el llamado es a que cada uno de nosotros decida buscar a Dios de todo corazón, a que cultivemos esa relación íntima con Él que nos permitirá vivir en la plenitud de su amor y propósito.
Que podamos decir como el apóstol Pablo: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:8). Que esta sea nuestra meta, nuestro anhelo y nuestra mayor alegría: conocer a Dios íntimamente y vivir en su presencia cada día de nuestra vida.
Amén.