Queridos hermanos y hermanas en Cristo, es un privilegio poder compartir con ustedes la Palabra de Dios en este día tan especial. Hoy quiero hablarles acerca de un tema central en nuestra fe, algo que está presente en cada página de las Escrituras y que se manifiesta de manera continua en nuestras vidas: la bondad de Dios.
Cuando hablamos de la bondad de Dios, estamos hablando de algo que trasciende cualquier concepto humano de bondad. Es un atributo eterno y perfecto de Dios que abarca su misericordia, su amor, su paciencia, su compasión y su fidelidad. Es un aspecto de su carácter que podemos experimentar de manera tangible cada día, a pesar de nuestras propias fallas y limitaciones. Entonces, ¿qué significa verdaderamente que Dios es bueno? ¿Cómo podemos experimentar y responder a esta bondad en nuestras vidas diarias?
La Bondad de Dios es Esencial a su Naturaleza
En primer lugar, es importante entender que la bondad no es solo una acción que Dios elige realizar de vez en cuando. La bondad es parte esencial de su naturaleza. En el Salmo 34:8 se nos dice: “Gustad y ved que es bueno el Señor; dichoso el hombre que confía en él”. Aquí el salmista nos invita a experimentar la bondad de Dios de manera personal y directa, porque sabe que Dios no puede ser otra cosa que bueno. Todo lo que Dios hace está impregnado de bondad porque Él es bueno en su esencia misma.
Dios no actúa por obligación o necesidad externa; no necesita ser presionado para hacer lo bueno. Su bondad fluye de manera natural porque es parte de quién Él es. En Éxodo 33:19, Dios le dice a Moisés: “Haré pasar toda mi bondad delante de tu rostro”. Aquí Dios muestra que su bondad es tan abrumadora que Moisés no podría siquiera soportar verla por completo. La bondad de Dios es tan inmensa y perfecta que sobrepasa nuestra capacidad de comprensión.
La Bondad de Dios se Manifiesta en la Creación
Dios no solo es bueno en su naturaleza; su bondad también se manifiesta en todo lo que ha creado. En Génesis 1, después de cada acto de creación, Dios vio que era bueno. Esto significa que su bondad es visible en la belleza del mundo que nos rodea: en la majestuosidad de las montañas, en la suavidad de una brisa, en la melodía de los pájaros, y en la variedad de la vida que Él creó.
Esta bondad también se extiende a la forma en que Dios nos provee y cuida de nosotros. En Mateo 6:26, Jesús nos recuerda cómo Dios alimenta a las aves del cielo y viste a los lirios del campo. Si Dios cuida de la creación de manera tan generosa y detallada, ¿cuánto más cuidará de nosotros, sus hijos?
Dios no solo ha creado un mundo bueno, sino que también lo sostiene. El salmista dice en el Salmo 145:9: “El Señor es bueno con todos; se compadece de toda su creación”. Esta es una promesa de que la bondad de Dios se extiende a todo ser viviente, que su compasión y cuidado abarcan cada rincón de la creación.
La Bondad de Dios en la Redención
El punto culminante de la bondad de Dios se encuentra en la obra redentora de Jesucristo. No hay mayor expresión de la bondad divina que la cruz. Romanos 5:8 dice: “Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que, cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”. Aquí vemos la bondad de Dios desplegada en su máxima expresión: Él no esperó a que nosotros fuéramos buenos o merecedores de su amor, sino que en medio de nuestra rebelión, en medio de nuestro pecado, Dios envió a su Hijo a morir por nosotros.
Este es el corazón de la bondad de Dios: un amor sacrificial, incondicional y redentor. Es un amor que no solo nos ofrece perdón, sino que nos transforma, nos renueva y nos invita a vivir una nueva vida en Cristo. Esta bondad no se limita a darnos lo que necesitamos físicamente, sino que nos ofrece lo más profundo: la salvación eterna y la comunión con Él.
En Efesios 2:8-9, se nos dice: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. Nuestra salvación es un don de la bondad de Dios, no algo que podamos ganar por nuestros propios méritos. Dios, en su infinita bondad, nos ofrece la vida eterna, no porque lo merezcamos, sino porque Él es bueno.
La Bondad de Dios en Medio del Sufrimiento
Es fácil hablar de la bondad de Dios cuando las cosas van bien. Pero, ¿qué ocurre cuando enfrentamos el sufrimiento, la pérdida o el dolor? ¿Sigue siendo Dios bueno en medio de las pruebas? La respuesta es un rotundo sí. La bondad de Dios no desaparece cuando nuestras circunstancias cambian. En lugar de ello, se manifiesta de manera aún más profunda en medio de nuestras dificultades.
Romanos 8:28 nos asegura que “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”. Esto significa que incluso en medio del sufrimiento, Dios está obrando para nuestro bien. Tal vez no entendamos por qué ocurren ciertas cosas en nuestra vida, pero podemos confiar en que Dios, en su bondad, está usando cada circunstancia para nuestro beneficio y para su gloria.
Un ejemplo claro de esto es la vida de José en el Antiguo Testamento. A pesar de haber sido vendido como esclavo por sus propios hermanos y haber pasado años en prisión, José pudo decir al final de su vida: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien” (Génesis 50:20). Dios, en su bondad, transformó el sufrimiento de José en una bendición, no solo para él, sino para toda su familia y una nación entera.
Así que, hermanos, cuando enfrentemos pruebas, recordemos que la bondad de Dios sigue presente. Él no nos abandona en nuestros momentos difíciles; más bien, nos sostiene, nos fortalece y nos moldea a través de ellos.
Nuestra Respuesta a la Bondad de Dios
La bondad de Dios demanda una respuesta de nuestra parte. No podemos simplemente experimentar su bondad y quedarnos pasivos. Dios nos llama a reflejar su bondad en nuestras vidas. En Miqueas 6:8, se nos dice: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”.
Dios nos llama a vivir de una manera que refleje su bondad hacia los demás. Esto significa actuar con justicia, mostrar compasión y vivir en humildad. Jesús también nos enseña a amar a nuestros enemigos y a hacer el bien a quienes nos odian (Lucas 6:27-28). Esta es la bondad divina en acción: amar sin condiciones, actuar con misericordia y perdonar a quienes nos han hecho mal.
Además, debemos vivir con gratitud. En el Salmo 107:1, se nos dice: “Dad gracias al Señor, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia”. La gratitud es la respuesta natural a la bondad de Dios. Cuando reconocemos todo lo que Él ha hecho por nosotros, nuestras vidas deben estar llenas de agradecimiento y alabanza.
Conclusión
Queridos hermanos y hermanas, la bondad de Dios es inmensa, eterna y perfecta. Se manifiesta en su creación, en su provisión, en su redención y aun en medio de nuestras pruebas. Dios es bueno, no porque lo merezcamos, sino porque Él es bueno en su esencia misma. Y esta bondad nos invita a confiar en Él, a vivir en gratitud y a reflejar su amor y misericordia en nuestras vidas diarias.
Que nuestras vidas sean un testimonio vivo de la bondad de Dios. Que en todo momento, en toda circunstancia, podamos decir con confianza y alegría: “El Señor es bueno, y su misericordia es para siempre”.
Amén.