Queridos hermanos y hermanas en Cristo, hoy nos reunimos para reflexionar sobre una historia que nos muestra un profundo ejemplo de fe, humildad y perseverancia: la fe de la mujer cananea. Este relato se encuentra en los evangelios de Mateo 15:21-28 y Marcos 7:24-30, y aunque en la superficie parece una historia de una simple curación, es mucho más que eso. Nos habla sobre la naturaleza de la fe, cómo Dios responde a los que lo buscan con un corazón sincero, y cómo el poder de la fe puede mover los corazones más endurecidos. Vamos a sumergirnos en este poderoso pasaje y descubrir lo que el Señor nos quiere enseñar hoy.
El Contexto
Antes de adentrarnos en los detalles de la historia, es importante entender el contexto. Jesús había estado ministrando principalmente en las áreas judías, predicando el evangelio del Reino y realizando milagros. Su misión terrenal en ese momento estaba enfocada en el pueblo de Israel, tal como lo profetizaron las Escrituras. Sin embargo, en este pasaje, vemos que Jesús viaja a la región de Tiro y Sidón, un área habitada mayormente por gentiles, es decir, no judíos.
Es en esta región donde aparece una mujer cananea. Para comprender completamente el impacto de este encuentro, debemos recordar que los judíos y los cananeos tenían una historia de enemistad que se remontaba a siglos. Los cananeos eran vistos como impuros, idólatras y distantes del verdadero Dios. Sin embargo, aquí nos encontramos con una mujer de esta región que se atreve a buscar a Jesús.
La Súplica de una Madre
El relato comienza con la mujer cananea acercándose a Jesús y clamando con fervor:
“Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí; mi hija está gravemente atormentada por un demonio” (Mateo 15:22).
Lo primero que notamos es su reconocimiento de quién es Jesús. Ella lo llama “Hijo de David”, un título mesiánico que refleja su comprensión de que Jesús no es simplemente un maestro o un profeta, sino el Salvador prometido. A pesar de ser una mujer gentil, ella reconoce la autoridad y el poder de Jesús para sanar a su hija.
Este es el primer punto clave que debemos destacar: la fe comienza con el reconocimiento de quién es Jesús. Esta mujer no se acercó con arrogancia, sino con humildad, entendiendo que Él era la única esperanza para su hija. ¿Cuántas veces nosotros mismos nos acercamos al Señor con esa misma humildad, reconociendo que Él es el único que tiene el poder para cambiar nuestras circunstancias?
El Silencio de Jesús
La respuesta de Jesús es sorprendente. Mateo nos dice que Jesús no le respondió palabra (Mateo 15:23). El silencio de Jesús puede parecer duro, pero en realidad es una prueba de la fe de la mujer. Es en los momentos de silencio de Dios cuando nuestra fe es verdaderamente puesta a prueba. ¿Continuamos creyendo incluso cuando parece que nuestras oraciones no están siendo respondidas? ¿Perseveramos cuando parece que el cielo está cerrado?
En lugar de desanimarse, la mujer continúa clamando, hasta el punto de que los discípulos le ruegan a Jesús que la despida, porque su clamor no cesa. Este es un claro ejemplo de perseverancia. A veces, Dios no responde de inmediato porque está probando nuestra fe, queriendo ver si realmente confiamos en Él a pesar de las circunstancias.
La Respuesta de Jesús: Una Prueba Mayor
Finalmente, Jesús responde, pero su respuesta parece aún más dura:
“No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 15:24).
Jesús está recordando su misión primaria de redimir primero a Israel. Sin embargo, la respuesta de la mujer es aún más asombrosa. Ella no se ofende ni se rinde. En cambio, se postra ante Jesús y le dice: “¡Señor, ayúdame!” (Mateo 15:25).
Este acto de postración es un símbolo de profunda humildad y adoración. La mujer está reconociendo su necesidad total de Jesús, y está dispuesta a humillarse completamente para recibir su ayuda. Aquí encontramos un segundo punto clave: la verdadera fe implica humildad. La fe que mueve montañas no es una fe arrogante ni demandante, sino una fe que reconoce nuestra absoluta dependencia de Dios.
La Comparación de los Perros
La respuesta de Jesús, una vez más, parece extremadamente dura:
“No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos” (Mateo 15:26).
Este es un comentario que hace referencia al hecho de que los gentiles eran considerados “perros” en el contexto de la sociedad judía. Sin embargo, la mujer, lejos de ofenderse, responde con una fe increíble:
“Sí, Señor; pero aún los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (Mateo 15:27).
¡Qué respuesta tan llena de fe y humildad! La mujer no está pidiendo ser tratada como uno de los “hijos” de Israel, sino que reconoce que incluso las migajas de la bendición de Jesús son suficientes para sanar a su hija. Ella entiende que la gracia y el poder de Jesús son tan abundantes que incluso lo que parece pequeño es suficiente para obrar un gran milagro.
Este es el tercer punto clave: la fe verdadera no se ofende ni se rinde. A veces, Dios nos lleva por caminos difíciles o nos prueba de maneras que no entendemos, pero la fe persevera a pesar de cualquier obstáculo. La fe acepta incluso una pequeña porción de la gracia de Dios, sabiendo que es más que suficiente.
El Milagro y la Respuesta de Jesús
Después de esta muestra impresionante de fe, Jesús finalmente le responde:
“¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como quieres” (Mateo 15:28).
Y en ese mismo instante, su hija fue sanada. Este es el clímax de la historia. La fe de la mujer fue probada, y ella perseveró, respondiendo con humildad y confianza. Como resultado, recibió el milagro que tanto anhelaba.
Es importante notar que Jesús la elogia por su “grande” fe. Este es un título que Jesús no usa a menudo. La fe de la mujer cananea se destaca no solo por su persistencia, sino también por su humildad y su comprensión de la gracia de Dios. Ella no demandaba nada; simplemente confiaba en la bondad y el poder de Jesús.
Lecciones para Nosotros Hoy
Esta historia tiene profundas implicaciones para nosotros como creyentes. ¿Cómo es nuestra fe? ¿Es una fe que persevera a pesar del silencio de Dios? ¿Es una fe que responde con humildad, sabiendo que no merecemos nada pero que Dios, en su gracia, nos da todo? ¿Es una fe que no se rinde, incluso cuando enfrentamos obstáculos o pruebas?
La mujer cananea es un ejemplo poderoso de cómo debemos acercarnos a Dios. Ella no permitió que su trasfondo gentil, su posición social o las dificultades la detuvieran de buscar a Jesús con todo su corazón. Ella sabía que solo en Jesús estaba la respuesta a su necesidad.
Dios nos llama hoy a tener una fe como la de esta mujer. Una fe que no se ofende, que no se rinde, que persiste a pesar de los desafíos. Una fe que confía plenamente en la bondad y la misericordia de nuestro Señor.
Que el ejemplo de la mujer cananea nos inspire a cada uno de nosotros a seguir buscando a Jesús con todo nuestro corazón, sabiendo que Él escucha nuestras oraciones y responde en su tiempo perfecto.
Amén.



