Texto Base: Juan 8:3-11 (RVR1960)
“Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinando hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.”
Introducción
La historia de la mujer adúltera es un poderoso relato de la gracia, el perdón y la transformación que solo Jesús puede ofrecer. Este evento no solo revela la hipocresía de los acusadores, sino también la misericordia inagotable de Cristo hacia los pecadores.
Hoy exploraremos esta historia en cinco secciones: (1) la condenación de la mujer, (2) la respuesta de Jesús, (3) la gracia que confronta el pecado, (4) la invitación al arrepentimiento, y (5) el llamado a vivir en santidad. A través de este mensaje, veremos que Jesús no solo nos perdona, sino que también nos llama a una vida nueva en Él.
1. La Condenación de la Mujer
Texto de apoyo: Juan 8:3-4
“Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio.”
La mujer en esta historia fue sorprendida en adulterio y llevada ante Jesús por los escribas y fariseos, quienes buscaban condenarla según la ley de Moisés. Sin embargo, su verdadera intención no era defender la justicia, sino tender una trampa a Jesús. Al exponer a la mujer públicamente, los líderes religiosos buscaban avergonzarla y probar a Jesús.
Este acto refleja la hipocresía de los acusadores. Si bien acusaban a la mujer, no presentaron al hombre con quien había cometido el adulterio, ignorando que la ley requería el juicio de ambas partes (Levítico 20:10). Esto revela un doble estándar y un uso manipulador de la ley para sus propios fines.
La actitud de los escribas y fariseos nos recuerda que muchas veces, como humanos, somos rápidos para señalar los pecados de otros mientras ignoramos nuestras propias fallas. Jesús nos enseña a mirar primero a nuestro propio corazón antes de juzgar a los demás.
La condenación pública de esta mujer nos muestra la realidad del pecado, pero también la necesidad de un Salvador. Aunque el pecado merece juicio, Cristo ofrece misericordia y un camino hacia la restauración.
2. La Respuesta de Jesús
Texto de apoyo: Juan 8:6-7
“Pero Jesús, inclinando hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.”
La respuesta de Jesús ante la situación es profundamente sabia y compasiva. En lugar de caer en la trampa de los fariseos, Él se inclina y escribe en el suelo, guardando silencio. Este acto crea un momento de reflexión, desviando la atención de la mujer y confrontando indirectamente los corazones de sus acusadores.
Cuando los fariseos insisten, Jesús se levanta y dice: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.” Con estas palabras, Jesús no excusa el pecado, pero redirige la atención hacia la condición espiritual de cada acusador. Él pone de manifiesto que todos son pecadores y que nadie tiene el derecho de condenar.
Este momento resalta la autoridad de Jesús como el juez supremo, pero también Su corazón lleno de gracia. En lugar de actuar con dureza, Él da a los acusadores la oportunidad de reconocer su propia necesidad de perdón.
La respuesta de Jesús nos enseña a actuar con misericordia y a evitar la hipocresía. En lugar de condenar a los demás, debemos examinar nuestros propios corazones y extender la misma gracia que hemos recibido de Dios.
3. La Gracia que Confronta el Pecado
Texto de apoyo: Romanos 3:23-24
“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús.”
Cuando Jesús declara: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra,” los acusadores, acusados por su conciencia, comienzan a irse uno por uno. Este acto revela que todos somos pecadores y necesitamos la gracia de Dios.
La gracia de Jesús no ignora el pecado, pero lo confronta de una manera que trae redención en lugar de condenación. La ley de Moisés era clara sobre las consecuencias del adulterio, pero Jesús, como el cumplimiento de la ley, ofrece una nueva esperanza: la posibilidad de ser perdonados y restaurados.
Romanos 3:23-24 nos recuerda que todos hemos pecado, pero también que somos justificados gratuitamente por la gracia de Dios. Esta verdad nos invita a abandonar una mentalidad de juicio y a abrazar la misericordia divina.
La gracia de Dios no es una licencia para pecar, sino un llamado a la transformación. Al experimentar el perdón, somos capacitados para vivir en rectitud y reflejar el amor de Cristo en nuestras vidas.
La interacción de Jesús con los acusadores y la mujer nos muestra que Su gracia es suficiente para cubrir cualquier pecado, pero también que Él nos llama a responder con arrepentimiento y obediencia.
4. La Invitación al Arrepentimiento
Texto de apoyo: Hechos 3:19
“Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio.”
Después de que los acusadores se retiran, Jesús se dirige a la mujer con una pregunta: “¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?” Cuando ella responde que no, Jesús le dice: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más.” Este momento encapsula la misericordia y la justicia de Dios.
Jesús no minimiza el pecado de la mujer; en cambio, la invita a dejar atrás su vida de pecado y comenzar de nuevo. Su declaración “no peques más” es un llamado al arrepentimiento, que implica no solo sentir remordimiento por el pecado, sino también tomar una decisión intencional de apartarse de él.
El arrepentimiento es esencial para recibir el perdón y la transformación de Dios. Hechos 3:19 nos llama a arrepentirnos y convertirnos para que nuestros pecados sean borrados y experimentemos tiempos de refrigerio en la presencia del Señor.
Jesús no solo libera a la mujer de la condena, sino que también le da una nueva oportunidad de vivir en libertad y santidad. Esto es un recordatorio de que el arrepentimiento nos abre las puertas a una vida plena en Cristo.
5. El Llamado a Vivir en Santidad
Texto de apoyo: 2 Corintios 5:17
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.”
Cuando Jesús le dice a la mujer: “Vete, y no peques más,” le está dando un llamado claro a una vida transformada. Este es el propósito final de la gracia: no solo perdonar, sino también capacitar para vivir en santidad.
La santidad no es un estándar inalcanzable, sino una respuesta al amor y al perdón de Dios. 2 Corintios 5:17 nos recuerda que en Cristo somos nuevas criaturas, llamadas a dejar atrás las cosas viejas y a caminar en una nueva vida.
Vivir en santidad implica rendir nuestras vidas a Dios diariamente, buscar Su voluntad y depender del Espíritu Santo para resistir el pecado. No significa que seremos perfectos, pero sí que estamos en un proceso constante de ser transformados a la imagen de Cristo.
El llamado a vivir en santidad es una invitación a experimentar la plenitud de la vida que Dios tiene para nosotros. Al abandonar el pecado y abrazar la gracia, podemos vivir en la libertad que Jesús nos ofrece.
Conclusión
La historia de la mujer adúltera es un recordatorio del poder de la gracia de Jesús. Él no solo nos perdona, sino que también nos llama a una vida nueva en Él.
Hoy, respondamos a Su invitación al arrepentimiento y a la transformación. Que Su gracia nos inspire a vivir en santidad, reflejando Su amor y Su misericordia al mundo.