Texto Base: Juan 19:28 “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: ‘Tengo sed’.”
Queridos hermanos en Cristo,
Hoy nos reunimos para meditar en las últimas palabras de nuestro Señor Jesucristo mientras colgaba en la cruz. Estas palabras, pronunciadas en medio de su agonía y sufrimiento, están llenas de significado espiritual y profundo amor. Hoy nos enfocaremos en la quinta palabra que Jesús pronunció: “Tengo sed”. Aunque esta frase es breve, su mensaje es inmensamente profundo y tiene implicaciones eternas para nuestras vidas.
El Contexto de la Quinta Palabra
Jesús, el Hijo de Dios, había pasado aproximadamente seis horas colgado en la cruz cuando pronunció estas palabras. Su cuerpo estaba lacerado, herido y debilitado por el inmenso dolor físico. Había sido flagelado, coronado de espinas, y clavado en una cruz de madera. Pero no solo enfrentaba el sufrimiento físico, sino también la carga del pecado de toda la humanidad. La sed que experimentó no fue solo una necesidad física, sino una sed que revela mucho más sobre su naturaleza divina y humana, y sobre su misión redentora.
Jesús había vivido una vida de perfecta obediencia al Padre. Desde su nacimiento en un pesebre hasta su muerte en el Calvario, cada momento de su vida fue un testimonio de su amor sacrificial y de su sumisión a la voluntad de Dios. Él sabía que su misión en la tierra estaba llegando a su fin. Su sacrificio era necesario para el cumplimiento de las Escrituras y para la redención de la humanidad. En ese contexto, Jesús pronuncia la frase “Tengo sed”, una expresión que encapsula tanto su sufrimiento físico como su profundo deseo espiritual.
El Significado Físico de la Sed de Jesús
En primer lugar, consideremos el aspecto físico de la sed de Jesús. Durante las horas que pasó colgado en la cruz, Jesús había perdido una cantidad significativa de sangre y líquidos corporales. Su cuerpo estaba exhausto y deshidratado. La sed era una manifestación natural de su sufrimiento físico extremo. En la cruz, Jesús experimentó las limitaciones y debilidades de la naturaleza humana de una manera completa.
Sin embargo, esta sed física también nos recuerda la realidad de la encarnación. Jesús no era solo Dios; también era completamente humano. Él experimentó todas las limitaciones humanas: el hambre, el cansancio, el dolor y, en este caso, la sed. Esta palabra de Jesús nos invita a reflexionar sobre el hecho de que el Hijo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros, compartiendo en todo nuestra humanidad, excepto en el pecado. Él conoció nuestras debilidades y experimentó nuestro sufrimiento de manera real y tangible.
El Cumplimiento de las Escrituras
Cuando Jesús dijo “Tengo sed”, también estaba cumpliendo una profecía del Antiguo Testamento. En el Salmo 69:21, se lee: “Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre.” Esta profecía se refiere al Mesías y al sufrimiento que habría de soportar. Al pronunciar estas palabras, Jesús estaba revelando que Él era el cumplimiento de todas las profecías mesiánicas.
Este acto no fue una simple coincidencia. Cada detalle de la vida de Jesús, incluyendo sus palabras en la cruz, estaba predicho en las Escrituras. La Biblia no es un libro al azar; es la Palabra viva de Dios, inspirada por el Espíritu Santo, y cada una de sus profecías se cumplió en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Al decir “Tengo sed”, Jesús estaba demostrando una vez más que Él era el Mesías prometido, el Salvador del mundo.
La Sed Espiritual de Jesús
Más allá de la sed física, existe un significado espiritual profundo en estas palabras. Jesús, quien había sido siempre en perfecta comunión con el Padre, estaba ahora experimentando una separación debido al peso de nuestros pecados. Esta separación fue tan intensa que en la cuarta palabra, exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). La sed de Jesús era una sed espiritual, un anhelo profundo por la presencia y comunión con Dios.
En su humanidad, Jesús anhelaba nuevamente la comunión con el Padre. Este anhelo no era solo suyo, sino que también reflejaba la sed espiritual que cada ser humano experimenta en ausencia de Dios. Desde la caída de Adán y Eva, la humanidad ha estado en un estado de separación espiritual de Dios, experimentando una sed que nada en este mundo puede saciar. Esa sed profunda que todos sentimos, esa búsqueda constante de significado y propósito, es en realidad un anhelo por la comunión con nuestro Creador.
Jesús, al cargar con nuestros pecados, experimentó esa separación en su máxima expresión. Su clamor “Tengo sed” es un reflejo de la profundidad de su amor por nosotros, un amor tan grande que estaba dispuesto a soportar la sed espiritual más intensa para que nosotros pudiéramos ser reconciliados con Dios.
Nuestra Sed Espiritual
La quinta palabra de Jesús nos invita a reflexionar sobre nuestra propia sed espiritual. Cada uno de nosotros tiene un vacío interior, una sed que intenta ser saciada con cosas temporales: éxito, poder, placeres, relaciones, pero que nunca se llena completamente. Jesús nos ofrece el agua viva que puede saciar esa sed de una vez por todas. Como dijo a la mujer samaritana en Juan 4:13-14: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.”
Jesús es la fuente de esa agua viva. Solo Él puede llenar el vacío en nuestro corazón. Su sacrificio en la cruz abrió el camino para que podamos tener acceso a esa agua viva. Cuando aceptamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, Él satisface nuestra sed espiritual y nos da una nueva vida en Él.
El Llamado a Saciar la Sed del Mundo
Además de saciar nuestra propia sed, la quinta palabra de Jesús nos desafía a ser canales de esa agua viva para los demás. En un mundo lleno de personas sedientas de amor, de propósito y de esperanza, nosotros, como seguidores de Cristo, estamos llamados a compartir la fuente de agua viva que hemos recibido. Como dice Mateo 5:6: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.”
Nuestro mundo está sediento de justicia, de paz y de verdad. Como iglesia, estamos llamados a ser la respuesta a esa sed, llevando el evangelio de Jesucristo a cada rincón del mundo. Jesús nos manda a ser sus testigos, compartiendo el mensaje de salvación con aquellos que aún no han experimentado el amor de Dios. Así como Jesús se preocupó por nuestra sed espiritual, también debemos preocuparnos por la sed espiritual de aquellos que nos rodean.
Conclusión
Queridos hermanos, la quinta palabra de Jesús en la cruz, “Tengo sed”, es una poderosa declaración que abarca tanto su sufrimiento humano como su misión divina. Nos recuerda su humanidad, su cumplimiento de las Escrituras y su profundo amor por nosotros. Pero también es un llamado para nosotros a reconocer nuestra propia sed espiritual y a acudir a la fuente de agua viva que es Cristo.
En Jesús encontramos la satisfacción que nuestras almas anhelan. Él es el único que puede saciar nuestra sed y darnos vida eterna. Al reflexionar sobre esta palabra, dejemos que nuestros corazones se llenen de gratitud por el sacrificio de Cristo y de un renovado compromiso para compartir ese agua viva con un mundo sediento.
Que esta meditación sobre la quinta palabra de Jesús nos lleve a una mayor comprensión de su amor y a una vida dedicada a saciar nuestra sed en Él, mientras ayudamos a otros a encontrar en Jesús la fuente de vida eterna. Amén.