Queridos hermanos y hermanas en Cristo, hoy quiero compartir con vosotros un mensaje que siento profundamente en mi corazón, un mensaje que no es solo para vosotros, sino también para mí. Es un mensaje de aliento, un mensaje de esperanza y, sobre todo, un mensaje de perseverancia. Porque, a veces, en nuestra caminata cristiana, enfrentamos desafíos tan grandes que nos sentimos tentados a detenernos, a rendirnos. Pero hoy, el Señor nos dice: “No te detengas, sigue adelante”.
El llamado a la perseverancia
El apóstol Pablo, en su carta a los Filipenses, nos recuerda la importancia de seguir adelante, de no detenernos. En Filipenses 3:13-14, él dice: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
Pablo nos está enseñando que la vida cristiana es una carrera. Una carrera en la que no podemos permitirnos detenernos, en la que debemos seguir corriendo, aunque nos sintamos cansados, aunque nos sintamos desanimados. La meta es Cristo, y debemos mantener nuestros ojos en Él, sin permitir que las dificultades de la vida nos hagan perder el rumbo.
Los obstáculos en el camino
Es importante reconocer que el camino no siempre será fácil. Jesús mismo nos advirtió que en este mundo tendríamos aflicciones (Juan 16:33). Pero también nos dio una promesa: “Pero confiad, yo he vencido al mundo”.
El enemigo tratará de desanimarnos, de poner obstáculos en nuestro camino para que nos detengamos. Puede ser una enfermedad, una pérdida, una decepción, o incluso nuestros propios fracasos y pecados. Pero el Señor nos llama a no detenernos, a no quedarnos estancados en el dolor o en la culpa, sino a seguir adelante.
La fe que nos sostiene
¿Cómo podemos seguir adelante cuando sentimos que no tenemos fuerzas? La respuesta está en la fe. En Hebreos 11:1 se nos dice que “la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. La fe nos permite ver más allá de nuestras circunstancias presentes. Nos permite ver la mano de Dios en medio de la tormenta, nos permite confiar en que Él tiene un plan y un propósito para nuestras vidas, incluso cuando no lo entendemos.
El Salmo 23 nos ofrece una imagen hermosa de cómo Dios nos guía incluso en los momentos más oscuros: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento”. Este pasaje nos recuerda que no estamos solos en nuestra caminata. Dios está con nosotros, guiándonos, protegiéndonos y dándonos fuerzas para seguir adelante.
El ejemplo de los grandes héroes de la fe
La Biblia está llena de ejemplos de hombres y mujeres que no se detuvieron, que perseveraron en medio de las pruebas más difíciles. Pensemos en Moisés, quien lideró al pueblo de Israel a través del desierto durante 40 años, enfrentando rebeliones, dudas y peligros. Pero Moisés no se detuvo, porque sabía que Dios tenía un propósito mayor para su vida y para el pueblo que lideraba.
Otro ejemplo es el de José, quien fue vendido como esclavo por sus propios hermanos, encarcelado injustamente y olvidado. Pero José no se detuvo. Siguió confiando en Dios, y al final, Dios lo elevó a una posición de gran autoridad, donde pudo salvar a su familia y a muchos otros de la hambruna.
Y, por supuesto, no podemos olvidar a nuestro Señor Jesucristo, quien, en el Jardín de Getsemaní, enfrentó la tentación de detenerse, de no seguir adelante con la cruz. En su humanidad, Jesús experimentó un gran sufrimiento, al punto de sudar gotas de sangre. Pero Él oró: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Jesús no se detuvo, sino que siguió adelante, cumpliendo la misión que el Padre le había encomendado, y gracias a Su sacrificio, hoy nosotros tenemos vida eterna.
El poder de la comunidad cristiana
Otra clave para no detenernos es la comunidad cristiana. En Hebreos 10:24-25 se nos exhorta: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”.
Necesitamos unos de otros. Necesitamos hermanos y hermanas en la fe que nos animen, que oren por nosotros, que nos recuerden las promesas de Dios cuando estamos tentados a rendirnos. La iglesia no es solo un lugar al que vamos los domingos, es una familia espiritual que nos apoya, nos desafía y nos ayuda a seguir adelante.
La recompensa de la perseverancia
Dios promete recompensar nuestra perseverancia. Santiago 1:12 dice: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman”. La perseverancia tiene una recompensa eterna. No se trata solo de llegar al final de la carrera, sino de cómo corremos esa carrera, de cómo confiamos en Dios en medio de las pruebas, de cómo permanecemos fieles a Su Palabra.
Apocalipsis 3:11 nos dice: “He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona”. Jesús nos anima a mantenernos firmes, a no dejar que las dificultades nos hagan soltar nuestra fe. Él vendrá pronto, y cuando lo haga, queremos ser encontrados fieles, perseverantes hasta el fin.
Conclusión
Hermanos y hermanas, la vida cristiana es una carrera de resistencia, no de velocidad. Es una carrera en la que no podemos permitirnos detenernos, sin importar cuán difíciles sean las circunstancias. No estamos solos en esta carrera; Dios está con nosotros, Su Espíritu nos da fuerzas, y nuestra comunidad de fe nos apoya.
Recordemos las palabras del apóstol Pablo en 2 Timoteo 4:7: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”. Que estas palabras sean también las nuestras al final de nuestra v