Queridos hermanos y hermanas en Cristo, en este día tan especial, quiero invitaros a meditar profundamente en una de las enseñanzas más trascendentales que nuestro Señor Jesucristo nos dejó antes de ascender a los cielos. Este mandato, conocido como “La Gran Comisión”, se encuentra en el evangelio de Mateo 28:18-20, donde Jesús dice:
“Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” Amén.
Mateo 28:18-20
Este pasaje encapsula el corazón de nuestra misión como seguidores de Cristo, y es un llamado que sigue vigente en la vida de cada creyente hasta hoy. Pero, ¿qué significa realmente la Gran Comisión? ¿Cómo afecta nuestra vida diaria y cuál es nuestra responsabilidad ante este mandato? Hoy reflexionaremos sobre tres aspectos principales: el llamado a ir, el mandato de hacer discípulos y la promesa de la presencia de Cristo.
El llamado a “ir”
Jesús comienza su comisión con una palabra que demanda acción: “id”. Esta simple palabra implica movimiento, esfuerzo y determinación. No es un llamado a la pasividad, ni a permanecer en nuestras zonas de confort, sino un mandato a llevar el mensaje del evangelio fuera de nuestras fronteras, tanto físicas como espirituales.
Es importante destacar que este “ir” no significa necesariamente que todos debamos ser misioneros internacionales. Algunas personas tienen este llamado específico, pero para muchos de nosotros, el “ir” implica movernos dentro de nuestras comunidades, familias, lugares de trabajo, y círculos de amistad. Dondequiera que estemos, somos llamados a llevar la luz del evangelio.
En la cultura actual, es fácil caer en la trampa de la complacencia, en pensar que es suficiente con vivir una vida “correcta” o simplemente asistir a la iglesia. Pero Jesús nos llama a algo más profundo: a compartir activamente las buenas nuevas con aquellos que aún no conocen a Dios. En Romanos 10:14-15, Pablo nos recuerda la urgencia de este llamado cuando dice:
“¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?”
Romanos 10:14-15
Nosotros somos los enviados, los responsables de llevar el mensaje de salvación a los que están perdidos. No debemos subestimar la importancia de nuestro testimonio personal. A veces, un acto de bondad, una palabra de aliento o una conversación sincera pueden ser la chispa que encienda la fe en el corazón de alguien. Dios puede utilizar nuestras vidas de formas que ni siquiera imaginamos cuando obedecemos el mandato de “ir”.
El mandato de hacer discípulos
Jesús no solo nos manda “ir”, sino que también nos encomienda “hacer discípulos”. Esto va más allá de simplemente convertir a las personas al cristianismo; es un llamado a formar y edificar a otros en la fe, guiándolos en un camino de crecimiento espiritual continuo.
La palabra “discípulo” en el contexto bíblico significa “aprendiz” o “seguidor”. Ser discípulo de Cristo implica aprender de Él, seguir Sus enseñanzas y moldear nuestra vida conforme a Su ejemplo. Del mismo modo, hacer discípulos implica un proceso de enseñanza, acompañamiento y mentoreo. No es suficiente llevar a alguien a los pies de Cristo; debemos comprometernos a caminar junto a ellos, ayudándoles a crecer en su relación con Dios.
Una de las grandes fallas de la iglesia moderna ha sido la falta de seguimiento con los nuevos creyentes. Muchas veces nos enfocamos tanto en “convertir” que olvidamos la importancia de “discipular”. Sin embargo, Jesús mismo pasó tres años discipulando a Sus apóstoles, enseñándoles pacientemente, corrigiéndolos y mostrándoles cómo vivir de acuerdo con el Reino de Dios. Este es el modelo que debemos seguir.
Enseñar a otros a ser discípulos de Cristo implica paciencia, dedicación y amor. No se trata solo de impartir conocimientos bíblicos, sino de modelar una vida de fe, demostrando cómo aplicar las enseñanzas de Jesús en las situaciones cotidianas. Pablo nos da un excelente ejemplo de este tipo de discipulado en su relación con Timoteo. En 2 Timoteo 2:2, Pablo le dice a Timoteo:
“Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros.”
2 Timoteo 2:2
Aquí vemos el proceso de discipulado en acción: Pablo discipula a Timoteo, quien a su vez debe discipular a otros, que a su vez enseñarán a más personas. Este ciclo es el corazón del crecimiento del Reino de Dios en la tierra.
La promesa de la presencia de Cristo
Finalmente, en este pasaje encontramos una promesa reconfortante: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” Esta promesa es fundamental porque nos asegura que no estamos solos en la tarea de cumplir la Gran Comisión.
La labor de compartir el evangelio y hacer discípulos puede parecer abrumadora. A menudo nos sentimos inadecuados o inseguros. Nos preguntamos si somos capaces de responder a las preguntas difíciles, de vivir de manera coherente con nuestra fe, o de soportar el rechazo. Pero Jesús nos asegura que Él estará con nosotros en todo momento.
Esta promesa de la presencia de Cristo no es solo para los grandes momentos de la vida, sino también para los desafíos cotidianos. Cuando nos enfrentamos a la oposición, cuando nos sentimos desanimados, cuando parece que no hay fruto en nuestro trabajo, podemos recordar que Jesús está a nuestro lado, fortaleciéndonos, guiándonos y dándonos la sabiduría y la gracia que necesitamos.
El Espíritu Santo, enviado por Jesús, es nuestro Consolador y Guía en esta misión. Nos capacita con dones espirituales, nos da el valor para hablar la verdad y nos guía en las situaciones más complejas. No estamos llamados a cumplir la Gran Comisión en nuestras propias fuerzas, sino en el poder de Dios. Como dice en Hechos 1:8:
“Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.”
Hechos 1:8
Conclusión
Queridos hermanos y hermanas, la Gran Comisión no es una opción; es un mandato de nuestro Señor. Es un llamado a ser partícipes activos en la expansión del Reino de Dios. No podemos ser espectadores en esta misión. Cada uno de nosotros tiene un papel único que desempeñar en llevar el evangelio a aquellos que están lejos de Dios.
Debemos recordar que este llamado no es solo para los pastores o líderes de la iglesia. Es para todos los que hemos sido salvados por la gracia de Dios. Somos llamados a ir, a hacer discípulos y a confiar en la presencia de Cristo con nosotros en cada paso del camino.
Así que hoy, os invito a reflexionar: ¿cómo podéis responder personalmente a la Gran Comisión? ¿Hay alguien en vuestro entorno que necesita escuchar el mensaje de salvación? ¿Cómo podéis ser parte del proceso de discipulado en vuestra iglesia o comunidad? Que el Espíritu Santo os guíe y os dé el poder para cumplir con valentía esta sagrada tarea.
Que Dios os bendiga y os guíe en esta misión.
Amén.